Villabon carlosLíneas curvas que se enroscan en burbujas de color. Esta es la clave de las obras del artista colombiano Carlos Villabon. Una a una hasta conformar un retrato, como si virtieramos un líquido sobre un superficie lisa y se fuera expandiendo en ondas concéntricas. La impresión es fuertemente pop. Por los colores, alegres y llamativos. Por elevar a los altares del arte a personajes y objetos cotidianos, relacionados con la cultura de masas: Wonder Woman y el conejo de Alicia merecen la misma consideración que la Maja desnuda de Goya o las Meninas de Velázquez. Unos y otros compiten en sus cuadros con los rayos catódicos de un televisor o una escultura del siglo XVI. Este es el lenguaje visual de Villabon, muy cómic. 

Como Keith Haring, tampoco -o apenas- Villabon levanta el pincel del lienzo en el trazo infinito de sus pinturas. Le gusta llamarlo Curvismo: “técnica que transforma un objeto, elemento o área en una composición de grandes y pequeñas superficies, divididas en líneas curvas abiertas y cerradas”. Y también como el grafitero neoyorquino, el colombiano se decanta muchas veces por el muralismo, que practica, espátula en mano, con grandes cantidades de pigmento. 

Sus murales, casi siempre paisajes, son más realistas que el resto de sus trabajos, tanto en factura como en colorido, aunque se advierten las notas flúor que son marca de la casa. El creador parte de sus propias fotografías como referencia, así como de algunas de las grandes obras de arte de todos los tiempos, que subvierte con su original estilo. 

Una actitud claramente pop, como decíamos, que se refleja asimismo en los lienzos protagonizados por animales con conductas humanas, ataviados con unas muy underground gafas de sol, que emulan el juego de reflejos velazqueño. Los animales que somos es un buen ejemplo de esta faceta en su producción que brilla con la potencia de las luces de neón, pero que no está hueca como un producto comercial. Evidencia el culto a la apariencia, a la banalidad. 

Sus retratos mantienen estas constantes estilísticas pero divergen en intención. Algunas de las mujeres cubiertas por el velo traen a la memoria aquella mítica imagen de la niña afgana de ojos verdes, Sharbat Gula, fotografiada por Steve McCurry en el campamento de refugiados Nasir Bagh de Pakistán, que fue portada de la revista National Geographic. 

Por encima de todo, sin embargo, es la propuesta de este artista, con no pocas exposiciones a sus espaldas desde el inicio de su carrera en 1991, una metamorfosis de la realidad alucinógena y positiva. 

 

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