¿Alguna vez habéis sentido ese vacío absoluto que sucede a la consecución de un sueño? Meses, tal vez años de trabajo para lograr conseguir que una etérea ilusión, una vaga idea que nos surge en un momento de mágica lucidez, se transforme en un hecho tangible, en una realidad palpable. Algo así debió sentir Kazemir Malévich (1879-1935) el día que completó definitivamente Blanco sobre blanco, una de las obras más revolucionarias de la historia de la pintura contemporánea.  

«Blanco sobre Blanco» (1918)

Vacío absoluto para presentar la emoción pura. Pocas veces en la historia del arte una obra tan radical surge de una forma tan meditada. Porque Blanco sobre blanco no tiene nada de espontáneo, de accidente o de ironía. Este cuadro no es un váter que busca aguijonear el conservador establishment del arte contemporáneo: es una obra que aspiraba a convertirse en el principio y final del arte. El final de la pintura entendida como representación y mímesis, y el inicio de una pintura abstracta como reflejo de una emoción pura, sin más artificios que la superficie y el pigmento. 

Malévich tenía 39 años cuando ejecutó su obra más famosa. El artista ruso había recorrido todo lo que se podía recorrer en la pintura de vanguardia. Fue impresionista, coqueteó con los Nabis, experimento con el cubismo y abrazó el futurismo. A principios de la segunda década de siglo XX, Malévich es uno de los artistas plásticos más significativos de su país. Pero Kazemir sigue persiguiendo su sueño y sabe que insistiendo en los postulados futuristas su arte está en punto muerto. Y es que las vanguardias se agotan más rápido que un vaso de absenta en un café parisino y Malévich necesita algo más duradero. Qué digo duradero… necesita algo eterno.  

En 1915, el artista nacido en Kiev organiza una exposición que marcará el inicio de su revolución pictórica: Última exposición futurista: 0,10. En ella cuelga una serie de obras caracterizadas por un uso radical del color y las formas geométricas. Nace el Suprematismo, la “supremacía del sentimiento puro”. ¿Y cómo materializar esa pura sensibilidad? A través de una economía cromática básica y una geometría reducida a su mínima expresión. No hay representación, el artista se aleja de la naturaleza, del objeto, de cualquier retórica que distraiga los sentidos hacia fuera de la pintura.  

En esta exposición vemos cruces, rectángulos, cubos, etc. Pero un cuadro sobresale por encima del resto ganándose un lugar de privilegio en la exposición: es Cuadrado negro sobre fondo blanco, que podemos ver en la parte superior de la esquina de la sala de exposiciones. Dicen que Malévich quedó tan impactado por su propia obra que permaneció trastornado sin comer ni beber durante días. Aunque también dicen que, en tono jocoso, se refería a esta obra como Dos negros peleando en una cueva.  

Exposición «0,10», con «Negro sobre blanco» (1915)

Sea como fuere, el artista ruso estaba a las puertas de la máxima depuración de su concepto suprematista. Poco tiempo más tarde fraguó Blanco sobre blanco, usando tan solo dos pigmentos —el blanco de plomo, uno de los colores más cálidos de la paleta, para el fondo, y el blanco de zinc para el cuadrado, de un tono más azulado— y solo una forma geométrica —el cuadrado—, ligeramente inclinado creando una ilusión de movimiento, al contrario de lo que sucedía en Negro sobre negro, que transmite una sensación estática. 

Malévich y su obra

¿Y después de esto qué? El final era el principio… pero era el final. ¿Cómo seguir depurando la idea de un arte suprematista si ya no hay nada más que depurar? La idea de un arte esencial que refleje la emoción pura, la conciencia mística, llega a un punto de no retorno. Malévich ha alcanzado la esencia de la abstracción pictórica, ha creado una obra con la misma capacidad de emocionar que un icono medieval pero sin trasfondo religioso: el artista conmueve usando tan solo materia pictórica reducida a su mínima expresión. Sueño cumplido. Vacío absoluto.

Malévich volvería a la figuración en los últimos años de su vida, tal vez para recuperar el apetito después de Blanco sobre blanco. De cualquier forma, su experimentación suprematista marcó un punto culminante en la historia de las vanguardias pictóricas.

Un devoto reza ante un icono inapelable del arte contemporáneo