“Más de una décima parte de los museos del mundo tendrán que cerrar permanentemente”. Una encuesta del ICOM (Consejo Internacional de Museos) y la UNESCO arrojaba conclusiones de este calado en relación al futuro de los museos en un contexto pos-COVID-19. Y es que el sector museístico tampoco escapa a la crisis derivada de la pandemia de coronavirus: al contrario, la industria cultural está siendo una de las más afectadas.  

A finales de abril, el Museo del Prado de Madrid daba por perdidos 20 millones de euros solo en recaudación de entrada (tres cuartas partes de su presupuesto) mientras que el Metropolitan de Nueva York, uno de los museos más potentes del mundo, anunciaba un déficit presupuestario de 100 millones de dólares.  

Y esto hablando de grandes museos del planeta que, a buen seguro, resistirán el temporal, aunque a cambio de pérdidas millonarias. Pero el problema será para todos esos museos de mediano y pequeño tamaño sin grandes apoyos institucionales. Porque el museo arrastraba una grave crisis de identidad en los últimos tiempos que este trance vírico no ha hecho más que recrudecer. 

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«Los museos son más que simples espacios donde se preserva y promueve el patrimonio de la humanidad. Son también espacios fundamentales de educación, inspiración y diálogo. En una situación en la que miles de millones de personas de todo el mundo están separadas unas de otras, los museos deben unirnos». Ernesto Ottone R., Subdirector General de la Unesco, ponía el foco en la labor que desempeñan los museos al margen del rol de custodiar obras artísticas y patrimonio cultural. Porque, ¿qué son los museos? ¿Qué papel pueden y deben desempeñar en el siglo XXI? ¿Cómo se adaptan a la revolución digital? Y la pregunta con la respuesta más delicada: ¿pueden los museos lograr la sostenibilidad económica que exige el sistema capitalista? 

“Un museo ha de ser gratis, como lo son las bibliotecas. Si la colección es pública, sean libros o cuadros, entrar tiene que ser gratis”. Pepe Serra, director del MNAC de Barcelona, lo tenía claro en unas declaraciones que hacía a El País en pleno estado de alarma: “Llevo tiempo diciendo que un museo como el MNAC o como el Prado, con tantas misiones públicas a cargo, no se le puede pedir más de un tercio de autofinanciación. Lo demás es servicio público. Que las administraciones le exijan, lo evalúen; pero la infraestructura la ha de pagar la administración (…) Tal y como está montado ahora es una perversión”.  

Pilar Fatás, directora del Museo de Altamira, ahonda en esta perversión de la industria museística en una entrevista recogida por El Diario: “En las últimas décadas se ha pedido mucho rendimiento de número de visitantes (…) Fuera del ámbito del museo, cuando llega el final del año parece que lo único que se mira es el rendimiento económico”. 

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La ecuación parece clara: un museo funciona en relación proporcional a su número de visitantes. Si no hay visitantes, no hay rendimiento económico, el museo es un fracaso, debe cambiar o cerrar… independientemente de su valor cultural.  

Con el estallido de la pandemia y el obligado cierre de los museos, muchas entidades han acelerado el proceso de digitalización de sus fondos proponiendo visitas virtuales que saciaron parcialmente a muchos aficionados a la cultura y el arte. En este sentido, las exposiciones y eventos digitales que complementan y amplían las exposiciones físicas ya venían optimizándose en los últimos tiempos. Y esta crisis ha acelerado este proceso que debe ser clave para la supervivencia del museo a largo plazo. El problema para los museos es que este proceso de digitalización tiene un elevado coste que, a menudo, no se consigue rentabilizar.  

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De esta forma, la normalidad no volverá a los museos en mucho tiempo, entre otras cosas porque «la normalidad era el problema«. El museo necesita reinventarse una vez más para encontrar su espacio en una sociedad agresivamente capitalista. Mientras esto último no cambie, los museos deberán seguir rindiendo cuentas a través de parámetros económicos. Si no lo logran, tendrán que echar el cierre como ya está sucediendo en muchos lugares del mundo.  

“Al final de esta catástrofe, será necesario rescatar a varios museos para preservar sus colecciones y, sobre todo, evitar el despido de sus empleados”, asegura Suzy Hakimian, Presidente del ICOM Líbano. El problema es que no hay rescate para todos. Nunca lo hay. Los mandamases mundiales se han cansado de soltar consignas como “no vamos a dejar que nadie se quede atrás”. Pero no son más que eso: consignas vacías de mitin televisivo para narcotizar al espectador. Solo en el sector cultural —no hablemos ya de otras decenas de sectores— millones de personas se están quedando atrás. Muchos museos (sus colecciones y sus empleados) también quedarán atrás