Vincent van Gogh aprendió de muchos maestros. El que, además, se convirtió en su guía espiritual fue el gran Jean- François Millet (Gruchy, 1814 – Barbizon, 1875). Al genio holandés le atraía su particular capacidad de cargar la expresión y de insuflar vida “no sólo a los seres, sino también a las cosas”, como dijo de él Jules Breton. A continuación, cinco obras que repasan la carrera de uno de los artistas más influyentes del siglo XIX.

Un cribador. Hacia 1848. Jean- François Millet

Un cribador. Hacia 1848. Jean- François Millet

 

Un cribador (hacia 1848)
Millet, como otros muchos pintores de su época, se trasladó a París para estudiar arte. Tuvo la oportunidad de hacerlo en el taller de Delaroche. Sin embargo, pronto desarrolló un estilo propio. Desterró lo mitológico y lo pintoresco de sus lienzos, interesándose por el trabajo y la vida campesina desde un punto de vista innovador. Este cuadro recoge la esencia pura de Millet: simplificación, intensos contrastes de tonos, la insinuación de valores y una figura vigorosa. Además, se preocupa por captar la realidad del trabajo y retratar con precisión el esfuerzo que realiza el cuerpo. Courbet quedó prendado de él y, probablemente, lo tuvo muy en cuenta cuando creó Los Picapedreros (1849).

El sembrador. 1850. Jean- François Millet

El sembrador. 1850. Jean- François Millet

 

El sembrador (1850)
Una de las pinturas que más conmovió a Van Gogh fue precisamente esta. El holandés provenía, al igual que Millet, del mundo rural. La temática conectaba con él y también el estilo del francés. Le fascinaba el halo evangélico que impregnaba a sus imágenes y, aún más, ese cromatismo terroso que, como le escribió a su hermano Theo, parecía surgir de la propia tierra. Van Gogh reprodujo hasta en ocho ocasiones El sembrador de Millet. Abandonó, pues creyó que sería imposible alcanzar a su maestro.

Las espigadoras. 1857. Jean- François Millet

Las espigadoras. 1857. Jean- François Millet

 

Las espigadoras (1857)
Tras diez años de trabajo, finalizó una de sus piezas fundamentales, la cual encumbraba el estilo realista iniciado con Un cribador. El protagonismo recae en figuras robustas representadas sobre el fondo de un paisaje, en una composición en la que prescinde de lo superficial y ensalza lo cotidiano. Millet pinta tres mujeres, autorizadas a coger las espigas olvidadas de los campos plantados, para reflejar el agotador movimiento de su tarea: agacharse, recoger y levantarse. Una y otra vez. La mesura del primer plano contrasta con la abundancia de lo lejano. Millet acentúa el volumen de las tres mujeres con la luz del sol y enfatiza sus manos, nucas, hombros y espaldas, avivando los colores de su ropa. Con ello, buscaba dar un toque dignificador a sus espigadoras y huir de cualquier atributo mísero.

El Ángelus. 1857- 1859. Jean- François Millet

El Ángelus. 1857- 1859. Jean- François Millet

 

El Ángelus (1857- 1859)
Aunque, sin duda, si hay una obra asociada a su nombre es esta. Aquí, una pareja de campesinos interrumpen sus labores para rezar el Ángelus. Sus rostros quedan en la sombra y la luz marca sus gestos y posturas. Sus cuerpos adquieren un aspecto monumental en mitad de un infinito paisaje desierto. En realidad, Millet no pretendía una exaltación religiosa, sino una evocación a su pasado. Pues el lienzo es un recuerdo de su infancia, cuando su abuela, al oír el sonido de las campanas, hacía detener las tareas para decir la oración. Aprovecha, de nuevo, para adentrarse en la vida campesina y en sus ritmos inmutables. El Ángelus se convirtió en un icono artístico a lo largo del siglo XX, reinterpretado por muchos, entre ellos, Dalí.

La Primavera. 1868- 1873. Jean- François Millet

La Primavera. 1868- 1873. Jean- François Millet

 

La Primavera (1868- 1873)
Este cuadro pertenece al último ciclo de su carrera. A partir de 1863, bajo la influencia de Théodore Rousseau, cultivó el género del paisaje, realizando diversas pinturas sobre las estaciones del año en las que rompía con lo anterior. Deja poco espacio para el hombre, reducido, en esta tela, a una pequeña silueta que sitúa debajo del árbol del centro. Es la expresión de un encuentro, llena de lirismo, entre el ser humano y la naturaleza. Una obra en la que cada elemento posee un valor simbólico para manifestar la renovación primaveral. Asimismo, se fija en la naturaleza, captura el instante, atiende a las variaciones de la luz y elige colores frescos. Se acercaba así a Monet o Renoir que, por aquel entonces, ya acudían al bosque de Fontainebleau, cerca de Barbizon, donde se había mudado en 1849 y donde permaneció hasta su muerte.