Los desnudos de Magdalena Weber son suculentos, densos, ritmados y seductores. Tientan, pero mantienen la distancia; nos permiten mirar, pero no invitan a pasar: están reconcentradas en sus propios cuerpos o en los cuerpos de sus acompañantes, no tienen tiempo para el observador, de hecho, apartan la mirada, con un punto de altivez y otro de laxitud. Los desnudos de Magdalena Weber marcan distancia, pero dejan la puerta entreabierta, lo suficiente para que el espectador, persuadido, quiera saber más…

Figura, Magdalena Weber.

El desnudo ha sido uno de los motivos principales del arte plástico a lo largo de la historia. Tiene toda su lógica: somos humanos y nos gusta representarnos.  Los artistas del arte rupestre fueron los primeros en el elevar el desnudo a la categoría de arte. Y desde entonces no nos hemos detenido: el desnudo tiene unas cualidades plásticas ideales para la representación artística, pero también nos estimula porque lo sentimos palpitar, nos agita porque percibimos su calor.

En los óleos de Magdalena Weber la palpitación de los cuerpos desnudos es potenciada por las cualidades texturales. En algunas de sus piezas, la materia pictórica enardece la superficie hasta el punto de difuminar la figura: los cuerpos nebulosos flotan en la oscuridad del fondo, generando profundos contrastes. Efectivamente, el foco de luz se concentra en el cuerpo, destacando de forma casi antinatural. Como nexo de unión entre el cuerpo y el fondo negro, la pintora polaca incluye mantos rojos o azules que en los cuadros más matéricos generan una sensación alucinada: como si el espectador pudiese asomarse a un sueño inquietante, que no llega a pesadilla pero tampoco a placidez.

Tres figuras, Magdalena Weber.

Cuando un espectador observa un cuadro con un desnudo clásico no piensa directamente en el desnudo. Nadie se inquieta ante la Venus de Botticelli, todo lo contrario: es la quintaesencia de la pureza.  Y es que el desnudo, como motivo artístico, ha tenido diferentes sentidos alegóricos a lo largo de la historia. De la desnudez como símbolo de pureza en el arte clásico pasamos a la desnudez como ataque contra la moral retrógrada en célebres obras como El origen del mundo de Courbet o la Olimpia de Manet. Ya no era desnudos tan puros, eran mujeres reales con cuerpos de verdad… Y el espectador ya no se sentía a salvo porque cuando observaba esos cuadros y sí pensaba en el desnudo, sí sentían ese desnudo.

El espectador que se asoma a ese mundo entornado de los desnudos de Magdalena Weber también sienten los cuerpos, pero no se inquieta por su evidente sensualidad, no se siente provocados, sino, en todo caso, desafiado: desafiado por la indiferencia que muestran esas figuras hacia el espectador. Nos cuesta penetrar en su psicología, nos cuesta conexionar emocionalmente con ellas. Esas figuras están ocupadas en sí mismas, bajan la mirada o miran hacia dentro: no son para nosotros, no hay nada que hacer, solo mirar, si acaso… mientras se cierra la puerta.

Mujeres, Magdalena Weber.

En contraste con sus óleos, las acuarelas de Magdalena Weber son más suaves, más gráciles y menos turbadoras. La técnica es diferente y la artista polaca prefiere con ella investigar la línea dejando el color más dócil, en un segundo plano plástico.

Sus dibujos a carboncillo sí mantienen parte de la densidad de sus óleos. En ellos, también, la figura femenina gobierna toda la superficie del cuadro no dejando lugar a ninguna referencia espacial. No obstante, en algunos dibujos, el color rojo toma protagonismo, más incluso que en sus óleos, envolviendo el desnudo y desatando esa tensión más contenida de sus cuadros al óleo.

Figura azul II, Magdalena Weber.

Tras pasar casi una década trabajando el diseño de joyas, la pintora nacida en Cracovia lleva un lustro enfocando su carrera hacia la pintura. En esta fase de experimentación y de búsqueda de un estilo propio ha encontrado en el desnudo femenino el motivo ideal para su investigación plástica dando lugar a una serie de lienzos, acuarelas y dibujos que satisfacen por haber conseguido generar un mundo propio, de ritmo interno, tal vez cerrado e inquietante, pero satisfactorio estéticamente y sugerente desde un punto de vista emocional.

Os invitamos a visitar la galería de Magdalena Weber en Artelista.

Figura, Magdalena Weber.