En el capítulo anterior acerca de los Gabinetes de Pintura descubríamos que el mercado del arte en Europa ya estaba muy internacionalizado, de manera que la compra de grandes colecciones provenientes de otros países era algo bastante común. Los ingleses fueron ávidos y selectos coleccionistas de arte, especialmente en el círculo de Carlos I de Inglaterra.

El encargado de sentar las bases de este coleccionismo aristocrático inglés fue el Conde de Arundel, Thomas Howard (1586 – 1646) quien, junto a su esposa, amasó una interesante colección de estatuaria clásica y pintura nórdica (Durero, Brueghel, El Bosco), pudiendo destacar el Autoretrato de van Eyck de la National Gallery de Londres. También fue uno de los principales mecenas de Rubens y uno de los primeros en fijarse en Van Dyck.

Retrato de hombre con turbante rojo (Autorretrato) (1433), Jan van Eyck, National Gallery (Londres).

Retrato de hombre con turbante rojo (Autorretrato) (1433), Jan van Eyck, National Gallery (Londres).

Otros de los que se dedicaron a  comprar grandes piezas del mejor arte europeo fueron George Villiers (1592 – 1628), I Duque de Buckingham y James Hamilton (1606 – 1649), Duque de Hamilton, colecciones que, una vez fallecidos, acabaron en manos del Archiduque Leopoldo Guillermo.

Sin duda, el personaje clave de la época fue Carlos I de Inglaterra (1600 – 1649), quien consiguió juntar más de 1.500 obras de arte. En 1623 viajó a Madrid para pedir la mano de la hija de Felipe IV e Isabel de Borbón y, aunque volvió a Inglaterra sin esposa, durante su estancia en España descubrió la gran colección de arte de Felipe IV, quien le regaló dos Tizianos con los que el inglés empezó su extensa colección.

Triple retrato de Carlos I (1635), Anton van Dyck, Castillo de Windsor (Reino Unido).

Triple retrato de Carlos I (1635), Anton van Dyck, Castillo de Windsor (Reino Unido).

Pronto adquirió los célebres Cartones de Rafael, una serie de pinturas que debían servir para la posterior realización de unos tapices para la Capilla Sixtina y que hoy en día se conservan en el Victoria & Albert Museum de Londres. También se hizo con una parte importante de la colección de la familia Gonzaga, duques de Mantua, formada por interesantes piezas de artistas italianos como Tiziano y Correggio, además de Los triunfos del César de Mantegna, unas de las obras más célebres del pintor. La colección del rey no se nutrió exclusivamente de adquisiciones o encargos, sino que también recibió gran cantidad de obras como obsequio por parte de la nobleza inglesa u otros mandatarios internacionales.

Carlos I fue mecenas y protector de grandes artistas de la talla de Rubens, Orazio Gentileschi y su hija Artemisia, o Anton van Dyck, quién realizaría numerosos retratos del rey y acabaría siendo su pintor de corte.

Los triunfos del César IX - Julio César en su carruaje (1485 - 1505), Andrea Mantegna, Hampton Court (Reino Unido).

Los triunfos del César IX – Julio César en su carruaje (1485 – 1505), Andrea Mantegna, Hampton Court (Reino Unido).

Una vez perdida la Guerra Civil Inglesa, Carlos I fue ejecutado en enero de 1649 y gran parte de su colección de arte fue vendida para recuperar el dinero que éste debía al pueblo inglés. La salida al mercado internacional de una colección de dicha calidad y tamaño supuso una enorme movilización diplomática por toda Europa en busca de las mejores obras. Don Luis de Haro, Marqués del Carpio, adquirió gran cantidad de esas obras, algunas de las cuales regaló a Felipe IV y que ahora forman parte del Museo del Prado, como por ejemplo el célebre Autoretrato de Durero, Moisés salvado de las aguas del Nilo de Veronese o La Perla de Rafael. El cardenal francés Mazarino también compró grandes obras que hoy están en el Museo del Louvre.

Autorretrato (1498), Alberto Durero, Museo del prado (Madrid).

Autorretrato (1498), Alberto Durero, Museo del Prado (Madrid).

Resulta evidente que los ingleses fueron buenos coleccionistas durante esta época y muchas de las obras podrían haber seguido en territorio británico de no haber sido por la Guerra Civil inglesa. En el siguiente capítulo de esta breve historia del coleccionismo conoceremos las colecciones españolas de la época, que fueron de las mejores que ha habido.

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