Romanticismo y paisaje, dos términos estrechamente vinculados. Por un lado, el Romanticismo pictórico encontró en el paisaje un género perfecto para soñar otros mundos, para huir de una realidad poco reconfortante. Por su parte, el paisaje recibió el impulso definitivo gozando no solo de la aceptación de la crítica, sino que terminó por convencer al gran público: durante buena parte del XIX, el paisaje y el retrato fueron los dos géneros predilectos de la pintura. En España, el máximo exponente de este paisaje romántico fue Jenaro Pérez Villaamil, un artista que trasladaría los hallazgos del paisajismo británico a la pintura española

Villaamil
Manada de toros junto a un río, al pie de un castillo (1837)

Nacido en El Ferrol en 1807, pronto se trasladaría a Madrid para completar sus estudios, pasando una etapa en Cádiz en la que comienza a estudiar en la Academia de Bellas Artes. En 1830 recibe un encargo de importancia que le lleva a Puerto Rico. Ya en España, su trayectoria artística sufre un considerable cambio al entrar en contacto con David Roberts, paisajista británico que se hallaba de viaje en España rumbo a Marruecos.  

Hasta ese momento, Villaamil todavía no había encontrado un estilo muy definido moviéndose entre el paisaje dieciochesco de tipo francés y la pintura flamenca del XVII, aunque ya mostrando su tendencia a paisajes de amplias perspectivas en la que nunca falta la figura humana a pequeña escala. Pero David Roberts inocula en Villaamil el gen romántico de forma definitiva.  

Villaamil
Paisaje con ruina antigua (1830)

El artista británico encarna el paisaje romántico en estado puro: son obras de perspectivas lejanas, con ambientes vaporosos y casi oníricos, representando casi siempre monumentos o ruinas arquitectónicas con pequeñas figuras humanas a su alrededor. Pero Roberts, como buen romántico, no pretendía un acercamiento completamente realista a la naturaleza: lo que veía tan solo era la base del cuadro que se ‘enriquecía’ con todo aquello que aumentase su vertiente emocional: el paisaje era un artificio para soñar, no un documento para reflexionar ni un alegato para entender.  

En este sentido, las obras españolas de David Roberts están en la base de esa connotación exótica y castiza que tuvo España durante muchas (muchas) décadas. El paisajismo del XIX puso a España en el mapa como un destino soñado para miles de europeos que se sentían fascinados por ese halo tradicional que veían en las estampas, litografías y óleos de los primeros viajeros románticos. 

Villaamil
Ayuntamiento de Bruselas (1842). Acuarela de sus años de exilio fuera de España

Por supuesto, tras ese velo romántico que recubría la realidad del XIX español había mucho más, también elementos turbios y violentos, pero habría que esperar todavía unas décadas para que la pintura realista se ocupase de romper (parcialmente) el hechizo de aquella España pura y folklórica que tanto éxito tuvo en Europa. 

‘España artística y monumental’ 

Es en la segunda mitad de los años 30 cuando Villaamil recoge el legado del paisajismo inglés a través de Roberts convirtiéndose en la referencia absoluta del paisaje romántico español. Instalado en Madrid, frecuenta los círculos intelectuales de élite siendo su trabajo destacado por varios escritores románticos de la época.  

Exiliado entre 1840 y 1844 durante la regencia de Espartero, Villaamil aprovecha este impasse para participar en una de las obras más importantes del Romanticismo español: España artística y monumental. Se trata de un libro de viajes en tres volúmenes que surge al calor de ese interés por el exotismo español combinando estampas del pintor gallego y textos de Patricio de la Escosura. La primera edición se imprimió en París en 1842. Junto a Recuerdos y bellezas de España de Parcerisa, se señala como el mejor libro de viajes del Romanticismo español. 

Villaamil
Díptico con 42 vistas monumentales de ciudades españolas (1835,1839) Obra maestra del Museo del Prado y precedente de sus estampas para España artística y monumental

Pese a que el libro de Villaamil no incluye estampas de toda España (destacan especialmente Toledo, Burgos, Madrid y algunas provincias de Castilla y León y de Castilla-La Mancha), a nivel artístico representa esa vertiente del paisaje romántico en la que abundan las representaciones poéticas de algunos de los rincones más típicos de España, siempre con un halo misterioso, casi onírico, además de costumbrista.  

Y es que, aunque contemplemos estos paisajes con la actitud altiva del observador contemporáneo, es imposible no sentir en nuestra sien un hálito de nostalgia, el rumor de ese mundo prístino cubierto de polvo, hiedra y pureza, ese mundo que tal vez nunca existió pero que sigue palpitando en los cuadros y las estampas de Jenaro Pérez Villaamil.