Una atmósfera irreal y profundamente emocional preside la imponente Vista de Toledo que El Greco pintó hacia 1604- 1614. Se trata de una obra revolucionaria que pertenece al último período de su vida, cuando su estilo único y visionario dominaba ya por completo su pintura, y cuyo valor sólo fue apreciado siglos después.

Doménikos Theotokópoulos (Creta, 1541- Toledo, 1614) llegó a la ciudad toledana en 1577, con 36 años. Por aquel entonces, era ya un artista maduro, nutrido de la pintura italiana, próximo a Tiziano, conocedor del manierismo de Miguel Ángel y con una abundante formación intelectual. Fracasó en su objetivo de trabajar al servicio del rey Felipe II y lo hizo por su cuenta. Tuvo así mayor libertad para desatar su voluntad creativa y desarrollar un lenguaje pictórico irrepetible que serviría de inspiración a muchos artistas del siglo XX, en especial, a cubistas y expresionistas. Vista de Toledo es una pieza llena de misterios y de componentes subjetivos que ejemplifica plenamente ese estilo tan personal del genio cretense, marcado por la distorsión de la realidad y el ambiente de alucinación que impregnaba a sus lienzos.

Vista de Toledo. Hacia 1604- 1614. El Greco

Vista de Toledo. Hacia 1604- 1614. El Greco

Alejado, desde un punto de vista alto, da forma con detalle al perfil de la ciudad, dejando que su núcleo escape del centro de la pintura. Esta acción le permite ahondar en el paisaje natural de los alrededores del río Tajo. Por otra parte, la catedral, el antiguo puente de Alcántara, el Alcázar y el castillo de San Servando son los hitos arquitectónicos que surcan el cielo de Toledo. El artista ha alterado el orden de algunos de ellos, como la torre de la catedral. En el cuadro, aparece a la izquierda, cuando, su ubicación real es a la derecha. Otros elementos de la composición, incluso, han sido inventados. Esta distorsión de la realidad pretende una mayor expresividad, al igual que los desniveles acentuados del terreno, la luz tétrica y el intenso contraste cromático que sacude el lienzo: el verdor de la vegetación choca con los azules del cielo que, a su vez, oscurecen la zona más cercana a la ciudad, destacando la belleza de la arquitectura toledana.

En esencia, es una imagen verídica, pero lo cierto es que El Greco no propone una simple representación topográfica, sino un retrato casi espiritual. Toledo aquí se presta, como tantas veces en su obra, a una interpretación subjetiva que recoge la identificación del pintor con la ciudad, así como el contenido místico que el cretense volcaba en ella. La aparente ausencia de motivos religiosos, mitológicos y de la figura humana han hecho que el óleo Vista de Toledo sea considerado el primer paisaje español.