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En el centro, una mano emerge con una carga de profundo simbolismo. La acuarela, con su delicada transparencia, resalta la fragilidad y la fuerza de esta extremidad. Atada con cuerdas que se clavan en la carne, la mano de Jesús crucificado es el foco de la obra.
Los tonos terrosos y rojizos de la piel, logrados con maestría, sugieren el dolor y la sangre, mientras que los tonos fríos de las cuerdas, en contraste, intensifican la opresión. La mano no está en una posición de rendición, sino de sacrificio. Cada línea y cada sombra parecen contar una historia de sufrimiento, pero también de esperanza y redención. Los detalles sutiles, como la tensión de los nudillos o el rastro de las heridas, invitan a la reflexión sobre el significado de la Pasión.
Esta pintura no sólo representa un momento histórico, sino que también captura la esencia de la fe y el sacrificio, transformando una imagen de dolor en un símbolo de amor incondicional.
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