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El perro que aprendió del cactus nos habla de una pedagogía extraña, la del espino que enseña paciencia, la del desierto que enseña resistencia. Sobre un fondo rosa eléctrico, símbolo de lo pop, lo artificioso y lo festivo, un animal doméstico se encarama a un cactus monumental. El gesto resulta absurdo, pero también revelador, en lo hostil puede encontrarse calma, en lo incómodo puede nacer la lealtad. La pintura se convierte así en fábula contemporánea, donde la ternura se posa en el filo de lo imposible.
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