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Este óleo sobre lienzo surrealista evoca una atmósfera de oscuridad, melancolía y reflexión profunda.
La obra yuxtapone el libertinaje y la evasión del Carnaval de Venecia (representado por la figura enmascarada y envuelta en telas) con una consecuencia ineludible. El personaje está sentado en un sillón de piedra, un elemento que transforma la ligereza de la fiesta en una carga o un estado petrificado de decadencia moral o física.
La figura se mantiene en la penumbra, salvo por el toque de rojo en la máscara y la cinta roja fluida que gotea desde su mano pétrea. Este color, siendo una metáfora intencional, es el punto focal de tensión, simbolizando la pasión, el dolor o la pérdida que persiste y se desangra, incluso cuando la figura se ha rendido a la rigidez y el aislamiento.
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