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“Aquello que estaba destinado a permanecer oculto ha salido a la luz” (Freud).
“Nunca antes de él la representación de una idea ha sustituido al hombre con tanta fuerza y eficacia” (Argullol).
“Si los antiguos idealizaron la belleza, el neoclasicismo idealizó a los griegos” (Eco).
La Enciclopedia de D’Alembert y Diderot y el historicismo de Winckelmann trajeron dos ideas terribles: que al ordenar el tiempo ordenamos el mundo y que solo los imperios generan cultura. Estas marcaron profundamente el pensamiento del XVIII-XIX y la política del XX. Hoy nos gusta creer que el arte —y la imagen— al servicio del poder, la ingeniería social y la creación de cuerpos e identidades estandarizadas son cosa del pasado. Pero basta encender la televisión cinco minutos para comprobar que este cadáver estético sigue entre nosotros.
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