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En esta obra, Antonio Abril despliega un torrente de energía cromática a través de franjas horizontales que recorren la superficie del lienzo como ondas de ritmo y movimiento. Los negros intensos marcan la pauta de un compás visual, mientras que rojos, azules, violetas y naranjas vibran en contraste, evocando paisajes abstractos y atardeceres imaginarios.
El resultado es una pieza que transmite vitalidad y dinamismo, donde la mirada se sumerge en un flujo constante de color y emoción. La repetición rítmica de las líneas refuerza la sensación de música visual, invitando al espectador a experimentar la pintura como una partitura de sensaciones.
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