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Oleo sobre lienzo
Este cuadro parece capturar un paisaje onírico y evocador, donde la naturaleza se presenta como un refugio de calma. El cielo, con tonalidades suaves de azul y gris, domina la parte superior, creando una atmósfera de serenidad y un toque de misterio. Las montañas en la distancia están envueltas en una neblina etérea que suaviza su contorno, mientras que el primer plano despliega una paleta rica y variada: verdes vibrantes, amarillos cálidos y ocres profundos, que evocan una tierra fértil y en transformación.
La pincelada difusa y las transiciones suaves entre colores dan una sensación de flujo y movimiento, como si el viento estuviera recorriendo el paisaje. La obra parece invitarnos a detenernos, respirar y conectar con la vastedad de la naturaleza, dejando espacio para la introspección y la paz interior.
Es una composición que mezcla lo tangible del paisaje con lo intangible de la emoción.
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