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El río serpentea entre los árboles dorados, como una cinta de cristal que refleja el cielo otoñal. Los rayos del sol, tibios y oblicuos, se cuelan entre las ramas desnudas, acariciando la superficie del agua con destellos de cobre y oro. Las hojas caídas flotan lentamente, como barcas diminutas que siguen la corriente sin prisa. El aire huele a tierra húmeda y a nostalgia, y todo el paisaje parece susurrar una despedida suave al verano.
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