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En esta obra, Antonio Abril nos sumerge en un océano de contrastes: sobre un fondo negro profundo, un centenar de peces de colores brillantes se desplazan como un cardumen que danza en la oscuridad. Cada pez está individualizado con tonalidades azules, violetas, verdes y toques rojizos, logrando un equilibrio entre repetición y diversidad.
La pintura transmite movimiento, vida y misterio, evocando la inmensidad del mar en la noche y el carácter colectivo de la naturaleza. El espectador se enfrenta a una composición hipnótica que combina lo decorativo con lo simbólico, donde cada pez representa tanto lo singular como lo colectivo.
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