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Técnica mixta sobre lienzo.
En esta obra, la textura se convierte en tejido cicatricial y el color en ruido. La herida visible confronta al espectador con el caos construido a partir de titulares reales, noticias que nos traspasan, que gritan desde lo más profundo de la vida cotidiana y que rara vez miramos directamente.
Un niño, casi silencioso, casi fantasmal, aparece como testigo inocente de un mundo en el que la violencia, el poder y la desigualdad se entrelazan en la superficie misma del lienzo. Su mirada no acusa, pero sí desafía.
Esta obra nos invita a detenernos ante lo que a menudo se normaliza: la dureza de la información, la trivialización del sufrimiento, el abandono de los niños que crecen en medio del ruido mediático. Aquí, cada arruga del cuadro es un recuerdo; cada fragmento de texto, una verdad al descubierto. Todo está a la vista. La herida ya no se puede ocultar.
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