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En la obra “Reseteo: Hora Cero”, el tiempo lineal colapsa. Es el instante cero: el umbral entre el fin de lo viejo y el renacer de lo esencial. No es un apocalipsis destructor, sino una purificación radical, una restauración ontológica. Aquí, los ángeles no son figuras mitificadas ni ornamentales: son arquetipos del orden superior, agentes de transmutación que intervienen en el caos de lo humano para restablecer la armonía perdida.
El fuego verde, eje central del acto simbólico, no destruye: sana. Representa una llama no terrenal, una vibración alquímica que opera en planos sutiles donde el alma y la energía se encuentran. Verde como la esmeralda, el fuego es símbolo del corazón despierto, del chakra del amor incondicional y la vida renovada. No quema, purifica. No devora, transmuta. En su danza, quema las cargas kármicas, los residuos psíquicos, los ciclos agotados.
Reseteo no es olvido: es memoria restaurada. Es el acto de apagar el ruido acumulado para que la frecuencia original del ser pueda oírse otra vez. Los ángeles, en esta narrativa, actúan como guardianes del nuevo comienzo, como programadores cósmicos que reinstalan la matriz sagrada, limpiando la corrupción energética que las estructuras humanas han generado por siglos.
La obra plantea una crítica sutil pero radical a la toxicidad cultural, espiritual y ambiental de nuestra era. Frente a la saturación de estímulos, al exceso de poder y ego, se impone la hora cero: el regreso a un silencio primordial, fértil, donde todo puede comenzar de nuevo, más puro, más vivo, más verdadero.
“Reseteo: Hora Cero” no ofrece escapismo. Es una invitación a un salto interno. A una purificación activa y luminosa donde el espectador se ve reflejado en los símbolos, y comprende —en lo profundo— que él también es llamado a atravesar ese fuego verde. A morir simbólicamente para renacer libre.
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