¿Puede lo cotidiano y funcional transformarse en materia artística? El art déco ofrece una respuesta afirmativa a esta pregunta, dejando claro que el arte puede ser algo más que belleza. Y, precisamente, esta apuesta funcional le costó su lugar en la historia del arte.

Déco procede de la abreviatura del vocablo francés decoratif y designa el estilo que surgió en las entrañas del París de 1910 y la que sería la estética de los felices años veinte. Sin embargo, su propio nombre jugaría en su contra hasta el punto de degradarle a ser considerado únicamente como una expresión decorativa.

Lo cierto es que el déco ha sido visto como algo superficial y rebajado a producto de consumo. Su nacimiento, ceñido a un episodio del diseño industrial en el que afloró el deseo de seducir y de acercar el buen gusto a los objetos del día a día, le vinculaba al consumismo. Huía del arte por el arte y de los compromisos rupturistas, sirviéndose de una gran variedad de estilos para alcanzar el suyo, como el cubismo, el arte egipcio, japonés o africano. Una corriente de difícil clasificación que, eclipsada por los movimientos con los que coexistió, perduró gracias a su calidad, evitando quedarse sólo como una moda pasajera, pero cuya propuesta nunca obtendría un gran reconocimiento.

Ilustración realizada por George Barbier sobre un vestido de noche de Jeanne Paquin publicada en la Gazette du Bon Ton en 1914

Ilustración realizada por George Barbier sobre un vestido de noche de Jeanne Paquin publicada en la Gazette du Bon Ton en 1914

 

La Fundación Juan March mediante la exposición El gusto moderno. Art déco en París, 1910-1935 reivindica su lugar en la historia del arte y esquiva su consideración como mera arte decorativa, apreciación que le había despojado de su vital participación en la construcción de la modernidad. En la muestra, se recrea su cautivador espíritu a través de más de 350 objetos de 122 autores y procedentes de más de 50 colecciones de Europa y Estados Unidos. Entre ellos se incluyen pinturas, lámparas, joyas, revistas, películas, alfombras, cerámicas, libros, apliques, muebles,… En su mayoría, piezas valiosas y poco vistas de artistas célebres y, otras, también destacables, pero de autores menos conocidos. Como cuadros de Juan Gris, de Léger o de Picasso, vestidos de Jeanne Paquin, el mítico frasco de perfume de Chanel nº5, mobiliario de Le Corbusier, complementos de Cartier, biombos de Albert Rateau e, incluso, un rincón de la exposición colonial de 1931 o el decorado de los colosales salones del transatlántico Normandie.

Estas obras reflejan la evolución del estilo hasta 1935 y ejemplifican la unión entre función y buen gusto pretendida por el déco. A partir de la cual, convirtieron lo cotidiano en arte e implementaron nuevos hábitos en el diseño y la decoración.

Hasta el 28 de junio podrá visitarse en las salas de la Fundación Juan March en Madrid.