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La escala panorámica de la obra obliga al espectador a recorrerla como quien contempla Monterrey, México desde sus miradores.
El cerro, negro y totémico, domina el centro; la ciudad brilla debajo como un mar de luces.
Contraste magistral: naturaleza ancestral vs. ambición urbana.
Pincelada expresiva y empastada en el cielo; precisa y vibrante en las luces de la metrópoli.
La luz rojiza refleja ese instante en que todo regio se detiene a mirar su montaña.
No es solo paisaje: es autorretrato colectivo e himno de identidad regiomontana.
El Cerro de la Silla tatuado en el alma de la ciudad, convertido en bandera y declaración de amor.
Un óleo que cualquier regio colgaría con orgullo y miraría toda la vida.
Monterrey, ciudad cede en México del mundial de fútbol 2026.
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