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En este cuadro he querido rendir homenaje a la belleza sencilla del paisaje de tierra de campos. Pinté un mar de espigas doradas que se ondula suavemente bajo el cielo, guiando la mirada hacia el palomar que se alza solitario en el horizonte. Las líneas del campo arado ayudan a crear profundidad y equilibrio, mientras que en primer plano añadí algunas amapolas rojas para que aportaran contraste y vitalidad al conjunto. La luz clara del día se cuela entre el trigo y acaricia la pequeña construcción, creando una atmósfera cálida y tranquila. Mi intención es homenajear a los palomares como patrimonio de la arquitectura popular de tierra de campos.
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