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En esta pieza, Antonio Abril utiliza la técnica de la monotipia para crear un pez de formas simples y colores contrastados: verdes, rojos y un intenso fondo azul. La imagen conserva la frescura de lo esencial, como si fuera un símbolo atemporal grabado en la memoria.
El contraste entre la textura rugosa del azul y la rotundidad de las formas cromáticas transmite una fuerza casi primitiva, que conecta con la tradición mediterránea de los peces como símbolos de vida, abundancia y misterio.
La obra funciona tanto como objeto decorativo de gran potencia visual como en clave conceptual, evocando la relación del hombre con el mar y lo sagrado.
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