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Esta obra representa un gran ojo humano de iris azul incrustado en una pared de ladrillos, como si vigilara desde el otro lado del muro o emergiera de él. El contraste entre lo orgánico del ojo y lo frío del ladrillo crea una tensión visual y conceptual muy fuerte. La textura de los ladrillos y los tonos azules y grises refuerzan el mensaje de vigilancia, introspección o invasión de la intimidad.
La obra combina elementos figurativos con un fuerte simbolismo. Puede interpretarse como una reflexión sobre los límites entre lo público y lo privado, la exposición personal, o la sensación de ser observado incluso tras aparentes barreras. El realismo del ojo genera una sensación de presencia viva, mientras que el muro da una idea de defensa o frontera emocional.
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