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Esta pintura retrata a Baltazar Ushca, conocido como el “último hielero del Chimborazo”, en una escena que combina realismo y simbolismo andino. Al centro, Ushca viste su característico poncho rojo y sombrero negro, elevando una mano en un gesto expresivo, como si narrara una historia o guiara un pensamiento ancestral. Su rostro, curtido por el tiempo y la altura, transmite determinación, sabiduría y la dureza de su oficio.
Detrás de él se alza el majestuoso nevado Chimborazo, azul y blanco, imponente y sagrado, que ha sido compañero de sus jornadas durante décadas. A la derecha, un burro cargado con bloques de hielo envueltos en hierba desciende por un sendero rocoso, símbolo del oficio que Ushca ha mantenido vivo a pesar del paso del tiempo y el avance de la modernidad.
En la parte izquierda, se observa una escena de trabajo tradicional: mujeres con sombreros de paja trabajan sobre techos de teja, quizá preparando los productos del campo o colaborando en la comunidad, lo que refuerza el contexto rural y comunitario del personaje.
La pintura refleja no solo a un hombre, sino a una cultura entera: el esfuerzo, la relación sagrada con la montaña y el legado que resiste al olvido. Baltazar Ushca no está solo en la imagen; está con su historia, su gente y su montaña.
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