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Este cuadro es una composición abstracta que transmite una sensación de caos y energía contenida. La superficie está dominada por redes y por tonos cálidos, principalmente rojos, naranjas y marrones, salpicados de negros profundos que parecen fracturas o sombras, junto con toques de blanco y amarillo que aportan contraste y dinamismo. La textura es densa, casi rugosa, recordando a la corteza de un árbol quemado o a un muro erosionado por el paso del tiempo.
La obra evoca un paisaje ardiente o una tierra devastada, como si reflejara la memoria de un incendio o el palpitar de un terreno volcánico. El espectador puede sentir tanto la violencia como la fuerza vital que se oculta en la descomposición.
Mi trabajo se mueve entre la abstracción y la expresión, buscando transmitir sensaciones más que representar realidades. Cada trazo, cada textura y cada contraste de color nace de la necesidad de explorar lo invisible: aquello que sentimos, pero no siempre podemos nombrar.
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