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En la dimensión de Aurathar, donde la noche abraza el cosmos con velos de índigo y nubes que destellan como sueños líquidos, se alza el Árbol Centinela, un titán vegetal que custodia los secretos del universo. Su tronco, tallado por eones de vientos estelares, se retuerce en espirales que narran historias de galaxias nacientes, mientras sus raíces, como venas de la propia dimensión, se aferran a riscos bañados por océanos de zafiro. La copa, un dosel de esmeralda que brilla bajo la luz difusa de un cielo estrellado, danza con la brisa, sus hojas susurrando melodías que resuenan con el pulso del tiempo. En su sombra, flores de otro mundo —margaritas solares, amapolas de sangre estelar, caléndulas de fuego cósmico e iris que reflejan nebulosas— rinden homenaje a su majestad. El Centinela no solo vive; es el corazón de Aurathar, un faro de vida eterna que une la tierra y las estrellas en un abrazo inmortal.
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