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En los confines de Aethelgard, donde el mar primigenio ruge contra orillas de piedra musgosa, azotadas por la furia celeste, florece un prodigio. No es una planta terrestre, sino un ser de luz y color, cuyas pétalos irradian tonalidades eléctricas de azul oscuro y blanco puro, cada uno laberíntico como las venas de un universo en miniatura.
En medio del caos de olas colosales, coronadas de espuma, y bajo la amenaza de nubes de yunque preñadas de relámpagos danzantes, esta flor desafía la tormenta. Su delicadeza es engañosa, pues en su centro palpita un corazón de oro líquido, una fuente de esperanza que irradia una luz suave, iluminando las rocas cubiertas de musgo y algas iridiscentes, donde más flores de espectro impensable despliegan su belleza.
La paleta de este mundo es un grito de vida, una explosión de colores estilizados que capturan la energía del cosmos. Creada con la magia de los artífices de formas tridimensionales, esta visión nos transporta a un lugar donde la resiliencia florece en el corazón de la tempestad, un faro de esperanza vegetal en un mar de incertidumbre, invitándonos a contemplar la belleza que nace incluso en los reinos más turbulentos.
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