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En el silencio del fondo, donde la piedra se vuelve niebla, las letras se alinean como signos de un lenguaje oculto. No todas gritan—algunas susurran.
Entre trazos occidentales y figuras orientales, la mirada se desliza, sin saber si lee o contempla.
Aquí, la fuerza no está en el grito, sino en el matiz. En lo que se insinúa, en lo que se elige destacar sin imponer. Es el arte de dejar espacio y permitir que el ojo complete lo que el trazo apenas inicia.
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