Carlos GarijoA la hora de describir una obra de arte es bastante recurrente emplear el adjetivo  “poética” cuando resulta especialmente evocadora de sentimientos y emociones además del objeto referenciado. Este calificativo adquiere, sin embargo, una dimensión de realidad cuando se aplica al artista valenciano Carlos Garijo Martínez, que utiliza las figuras retóricas tradicionales de la literatura para cargar de intención sus obras de una forma sutil, pero que invita a preguntarse por el sentido menos evidente del cuadro.

Son estructuras de significado que nacen de la asociación de dos elementos, la ausencia de alguno de ellos o su reiteración, entre otros procesos. Por ejemplo, la metáfora, la elipsis o la repetición: un periódico cubierto de petardos, paredes tapiadas donde se echa en falta una puerta (como Facultats) o la luz entrando por la ventana y multiplicándose en reflejos que inundan la estancia de claridad.

El exuberante uso de la luz es un elemento distintivo en su trabajo, como bien se aprecia en sus paisajes urbanos, casi achicharrados por el sol del Mediterráneo. O en los fondos blancos y brillantes de los retratos de su serie Quemados. Aquí Garijo plantea una sinestesia (mezcla de sensaciones obtenidas por distintos órganos y de sensaciones con sentimientos): personas arrancándose la piel calcinada, como si por fin se liberaran de un peso en el alma. 

Numerosos premios de pintura y acuarela avalan la calidad de este artista, que pese a su juventud demuestra un dominio de la técnica en ambos campos, así como en la ilustración, con la que experimenta en una técnica mixta con aguada. Sobre todo destacan sus retratos, que son su producción más personal. 

Son emotivos, pero no grandilocuentes. Reflejan el paso del tiempo y la complicidad que traen consigo los años compartidos, la diversión con los amigos, la ternura de la infancia y también a uno mismo, el centro de un universo autorreferencial con la magia de las cosas sencillas.

 

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