Seguramente no te habías parado a pensar en ello pero ahora que te has dado cuenta no dejas de repasar mentalmente cada una de tus pinturas favoritas. ¿Cuántas veces no habrás coincido en tu amor por ciertas obras de Rembrandt, de Munch o de Van Gogh con otras personas? Quizás si eres de los que se niegan a ser como los demás te habrás decantado por Pollock o por DelaCroix. Sea como sea, parece que a la mayoría nos gustan las mismas pinturas y los motivos para ello son más terrenales de lo que parece.

Los rasgos universales que hacen que nos gusten las mismas pinturas

Nadie diría que una canción se puede parecer a una pintura en cuanto a proceso creativo pero, si pensamos desde la perspectiva de un matemático, todo cambia. Tampoco visualizamos el conjunto de los grandes artistas y como una situación social, económica o ambas que devenga en empatía puede provocar una simpatía irracional hacia su obra a pesar de que técnicamente no sea perfecta, ni mucho menos. Valoramos también en la medida en la que compartimos y socializamos. A continuación, te explicamos estos tres planteamientos que son la base indiscutible de ese gusto compartido con determinadas pinturas por, prácticamente, toda la humanidad.

Jackson Pollock, “Number one”, 1950

Cuando la matemática explicó el comportamiento humano frente al arte (otra vez)

Es sorprendente que, siendo tan aparentemente distantes, la pintura y las matemáticas tengan tanto en común. Si ya se había constatado que la naturaleza – obra de arte primigenia e inspiración constante para el ser humano – seguía la proporción aúrea a rajatabla, ahora se ha relacionado la belleza de una pintura con la atracción estética hacia los fractales. Un claro ejemplo de uso de fractales inconsciente es el que llevó a Pollock a crear algunas de sus grandes obras. No es el único. Si nos acercamos a contemplar determinadas obras de Van Gogh o Velázquez observamos estos mismos patrones, aunque están más extendidos en la pintura moderna.

Andy Warhol por Jack Mitchell [CC BY-SA 4.0]

El artista delante de la obra

Subestimamos el poder de la empatía cuando contemplamos arte. Así, cuando nos paramos a ver un cuadro de William Blake y conocemos al hombre tras la pintura nos descubrimos sintiendo esa obra dentro de su contexto autoral. Este es un motivo de peso para que todos amemos u odiemos a determinados pintores. Obviamente, no sucede con todos pero la afinidad con una serie de obras tiene mucho que ver con la fascinación que sentimos hacia el antihéroe, el alma atormentada, el genio vicioso y viciado.

Probablemente, la pintura más famosa del mundo, La Monalisa de Leonardo Da Vinci

La conformidad social

Este motivo es mucho más personal que los anteriores ya que proviene directamente de. aprendizaje durante mi etapa estudiantil. En estos años en los que estudié Psicología Social me impactó el denominado experimento de Asch, uno de los más conocidos en lo que se refiere al estudio de conformidad con el grupo. El experimento consistía en proponer dos cartas; una a la izquierda, otra a la derecha. La de la izquierda era la línea de referencia y en la derecha había tres líneas de las que se identificaba perfectamente cual era la solución acertada. Se reunía, entonces, a una serie de alumnos que estaban contratados para hacer las veces de grupo de presión. El sujeto de estudio o sujeto crítico se repitió con 123 participantes que dieron como resultado que un 33% terminaba por ceder a la presión de grupo.

Lo que podemos revelar de este experimento es que el ser humano necesita encajar y que, cuando hay unanimidad, es especialmente difícil disentir con el punto de vista colectivo. Somos seres sociales y necesitamos formar parte de una comunidad. Si bien es cierto que en algo tan individual como la pintura no debería suceder es bastante común que, en público, se acepten parámetros que en la vida privada no se comparten. ¿Una mentira piadosa?