“Descendí hasta donde estaban las estatuas cuando inmediatamente mi padre dijo: “Eso es el Laocoonte que dice Plinio”. Entonces cavaron el hoyo más grande para que pudieran sacar la estatua. Tan pronto como fue visible todos empezaron a dibujar, conversando todo el tiempo sobre cosas antiguas”. Francesco da Sangallo narra así el famoso encuentro del grupo escultórico de Laocoonte y sus hijos por parte de su padre Giuliano da Sangallo y Miguel Ángel que cambiaría para siempre la historia de la escultura y del arte en general.

1506. Da Sangallo y Miguel Ángel acuden a la llamada de Julio II que sospecha que la escultura que han encontrado en una villa cercana a Santa María la Mayor es una pieza única. El escultor florentino tenía 31 años por entonces y acababa de recibir el encargo de diseñar y esculpir la tumba de Julio II, obra inconclusa en la que sería clave el estudio del grupo escultórico helenístico. Tres años más tarde, Miguel Ángel empezó a pintar el techo de la Capilla Sixtina donde también aplicó hallazgos del Laocoonte.

Y es que el Laocoonte ya era una pieza famosa y ni siquiera existía nada más que sobre el papel. El hecho de que Da Sangallo la reconociese nada más echarle un vistazo en las excavaciones de la villa cercana a Santa María la Mayor demuestra que su fama, adquirida a través del relato de Plinio el Viejo, era considerable en una época tan arqueologista como el Renacimiento.

“Debe ser situada por delante de todas, no solo del arte de la estatuaria sino también del de la pintura”. Plinio se deshacía en elogios para describir la belleza dramática, el pathos que exudaban las figuras sufrientes de Laocoonte y sus hijos estrangulados por la serpiente. Era una escultura mítica ya en el siglo I d.C. y lo volvió a ser en el XVI.

Pero, ¿cuándo se ejecutó el Laocoonte? La pregunta del millón. Desde hace décadas, la historiografía del arte lleva debatiendo sobre la verdadera datación del grupo. Solo un ejemplo en este sentido: la investigadora e historiadora del arte de la Universidad de Columbia Lynn Catterson llegó a deslizar que el Laocoonte que se exhibe en los Museos Vaticanos es, en realidad, una falsificación del propio Miguel Ángel

Más allá de teorías de la conspiración, la datación que recibe más consenso es la que afirma que esta obra es un original de los escultores Agesandro, Atenodoro y Polidoro ejecutada en el siglo I a.C. en plena época helenística. Se basan para ello tanto en el estilo, como en las descripciones de la obra por parte de Plinio así como en otros restos encontrados en los años 50 en Sperlonga y que se asemejan al estilo del Laocoonte. Con todo, diversos historiadores afirman que es una copia romana del original griego o, incluso, que es una copia helenística de un bronce original de los siglos IV o III a.C.

¿Y quién era esa tal Laocoonte que mereció una escultura tan trágica (y mítica)? Se trata del protagonista de un episodio vinculado a la Guerra de Troya y narrado por Virgilio en La Eneida. Laocoonte era un sacerdote troyano que advirtió a su pueblo sobre la verdadera naturaleza del caballo que los griegos dejaron a las puertas de Troya como supuesta ofrenda a Atenea. “¡Necios, no os fiéis de los griegos ni siquiera cuando os traigan regalos!”.

Pero nadie creyó al pobre Laocoonte que, además, fue castigado por los dioses por prevenir a los troyanos —los griegos jugaban con ventaja— que le enviaron unas serpientes para devorarle a él y a sus hijos… por si las moscas. Los troyanos, que estaban empeñados en perder aquella guerra a toda costa para no contradecir a Homero y compañía, decidieron que la muerte de Laocoonte y sus hijos era la constatación definitiva de que el caballo era una imagen sagrada capaz de acabar con sus detractores. Así que se abrieron las puertas de la ciudad al caballo… y adiós Troya.

Los escultores del Laocoonte captaron el momento crucial de aquella lucha mítica entre el padre, sus hijos y las serpientes. La precisión en el análisis anatómico de los miembros en tensión, las expresiones faciales plenas de patetismo —aquí empieza la terribilità— y el aroma trágico de la escena cambió la historia de la escultura. “Del Laocoonte aprendí todo lo que sé”, llegó a decir Miguel Ángel. Si el escultor más famoso de todos los tiempos señala esta obra como su referente, no hay mucho más que decir, ¿verdad?