El pintor francés André Derain, uno de los principales representantes del fauvismo, dijo una vez, en relación al movimiento artístico mencionado: “Los colores eran para nosotros cartuchos de dinamita”. Una frase que suscribe con su obra el artista belga Pol Ledent, cuyos paisajes explotan en un fantástico colorido, que impregna las colinas y los bosques de la provincia valona de Namur.

De formación autodidacta, la acuarela de sus inicios se le quedó corta para plasmar las vibrantes tonalidades que, ya con el óleo, se consolidan en su trabajo. Pol Ledent pinta escenas de la naturaleza, ahora más figurativas, ahora más abstractas, con una visceralidad que recuerda a los fauves, al primer Matisse, tanto por su paleta provocativa y, podríamos decir, psicotrópica, como por su uso de trazos negros para definir contornos. Y como en los fauves, hay una influencia japonista en su obra: un uso de la luz apenas matizado por la sombra y la presencia de caligrafías en algunos de sus exóticos retratos.

En la producción de este artista se aprecian composiciones de aires modernistas, que son como pequeños bodegones pero que muestran vivos parterres llenos de flores silvestres: lilas, amapolas, campanillas… El invierno y sus cambios lumínicos y de paisaje se traducen en una paleta terrosa pero igualmente rica. Combina ocres, grises y níveos blancos con el dramatismo de los trazos negros, que en estas naturalezas invernales traen a la memoria a los románticos alemanes, subyugados por los paisajes rurales y las selvas negras que también se encuentran en la región de Valonia a la que canta Ledent. 

 

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