Pasados los noventa años y con cataratas, Sofonisba Anguissola seguía conservando su genio sutil, su maestría en el trazo y un conocimiento extraordinario sobre pintura. De ello dejó constancia Anton van Dyck en su cuaderno de viaje cuando le visitó en Palermo en 1624. Al igual que Miguel Ángel, Tiziano, Rubens y otros muchos de sus contemporáneos más aclamados, el flamenco sintió una profunda admiración por la artista italiana. Sin embargo, como les sucedió a la mayoría de artistas mujeres desde el siglo XV hasta casi el XX, la muerte le desterró al olvido, en especial, por aquellas atribuciones erróneas que le despojaban de sus méritos.

Autorretrato. 1556. Sofonisba Anguissola

Autorretrato. 1556. Sofonisba Anguissola

 

Sofonisba Anguissola (Cremona, hacia 1530- Palermo, 1626) nació en el seno de una familia aristócrata y, al igual que sus cinco hermanas, estudió pintura y dibujo, siendo ella la más dotada. Recibió formación a cargo de Bernardino Campi, Bernardino Gatti y del propio Miguel Ángel. Asimismo, su inteligencia, creatividad y destreza técnica fueron destacadas por el historiador Giorgio Vasari.

Lucía, Minerva y Europa Anguissola jugando al ajedrez. 1555. Sofonisba Anguissola

Lucía, Minerva y Europa Anguissola jugando al ajedrez. 1555. Sofonisba Anguissola

 

En 1559, llegó a la corte de Felipe II como dama de compañía de Isabel de Valois y, debido a su papel en la casa de la reina, no firmó ninguno de los cuadros realizados para la corte. Cuando Isabel murió, se casó con Fabrizio de Moncada, hermano del virrey de Sicilia, a donde se trasladaría durante algún tiempo. Tras su asesinato, decidió contraer matrimonio por segunda vez con el genovés Orazio Lomellino, a quien le doblaba la edad y con quien vivió entre Génova y Palermo.

Su obra está colmada de memorables retratos, género en el que se especializó y el cual revolucionaría imponiéndole un trato informal. Pintaba a sus personajes en actitudes relajadas, desarrollando tareas en apariencia domésticas e incorporando elementos que incidían en una mayor profundidad personal, pues, pretendía un estudio psicológico de sus modelos.

Felipe II. 1565. Sofonisba Anguissola

Felipe II. 1565. Sofonisba Anguissola

 

Sus numerosos autorretratos sirven como ejemplo. En ellos, solía representarse leyendo, tocando algún instrumento de música o pintando, actividades propias de su rango. Pero, además, se daba a conocer con una mirada directa y segura, afirmándose como sujeto y como artista en el que, todavía, era un mundo de hombres.

Acogió la influencia de su maestro Campi y de Correggio, de la escuela parmesana, y ella, igualmente fue fuente de inspiración para muchos artistas. Sus retratos interesaron, entre otros, a Caravaggio y Rubens. Pero, con su muerte, fue olvidada y sus obras adjudicadas a Zurbarán, Antonio Moro, Tiziano, Sánchez Coello, Bronzino, Van Dyck, El Greco o Juan Pantoja.

La dama del armiño o la Infanta Catalina Micaela. Hacia 1591. Atribuida a El Greco

La dama del armiño o la Infanta Catalina Micaela. Hacia 1591. Atribuida a El Greco

 

Precisamente a este último se le había atribuido el retrato de Felipe II (1565) y el de Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II (1561-1565) de su época filipina. Ambos ubicados en el Museo del Prado y que, junto con el lienzo de La reina Ana de Austria (1573), han sido las únicas pinturas expuestas de una mujer en esta pinacoteca. Otro caso, aún en debate, es la autoría del cuadro La dama del armiño o Infanta Catalina Micaela (hacia 1591), atribuido a El Greco y al cual Cézanne dio un valor decisivo para el arte moderno.

Lo que sí ha quedado como un hecho irrefutable es que Sofonisba Anguissola fue capaz de romper las barreras que dificultaban el desarrollo de la mujer como artista y que lo hizo con un estilo propio, convirtiéndose en la primera pintora de éxito del Renacimiento.