La Venus dormida creó un precedente en la historia de la pintura y, además, una lista de hermosas descendientes. Entre ellas, la Venus de Urbino. Ambas comparten la misma apariencia, sin embargo, son muy diferentes.

Venus dormida. Hacia 1510. Giorgione Barbarelli

Venus dormida. Hacia 1510. Giorgione Barbarelli

La Venus dormida o Venus de Dresde nació en un taller de Venecia hacia 1510. Mérito concedido a Giorgione Barbarelli (Castelfranco, hacia 1477- Venecia, 1510), a su vez, maestro del pintor más entregado a la sensualidad de la diosa romana, Tiziano Vecellio di Gregorio (Pieve di Cadore, hacia 1489- Venecia, 1576) y a quien se le asocia el acabado de la obra. Esta Venus cambia radicalmente la representación de la mujer en la pintura ya que, por primera vez, aparece en un lienzo un cuerpo femenino completamente desnudo y acostado en primer plano.

Giorgione inaugura el tema pintando un cuerpo sereno y reposado acorde a los ideales renacentistas. La desnudez, la luz y la atmósfera insinúan una escena erótica, no obstante, esta es ajena a la diosa que dormida no percibe lo que ocurre a su alrededor.

Venus de Urbino. 1538. Tiziano Vecellio

Venus de Urbino. 1538. Tiziano Vecellio

Casi treinta años después, llegó la Venus de Urbino, también, conocida como Venus del perrito (1538) de Tiziano. Para su creación, se inspiró en la Venus de su maestro, de la cual copió su sugerente posición, pero cambió su personalidad distante por una más cercana y seductora.

Entendido el cuadro como una alegoría del matrimonio, fue un encargo del duque de Urbino, Guidobaldo II della Rovere, como regalo privado para su esposa, Giulia Varano, con el propósito de mostrarle las obligaciones inherentes a él.

El evidente erotismo expresado, especialmente en la mirada, le recuerda la intimidad sexual que debía mantener con su marido. El perro, a los pies, significa la fidelidad. Y, con la escena del fondo, en la que la sirvienta observa a la joven mientras rebusca en el baúl, simboliza la maternidad.

El color, el contraste lumínico y las sutiles alusiones permiten a Tiziano materializar las formas de la mujer perfecta del Renacimiento convirtiéndola, al igual que Venus, en símbolo de la belleza, el amor y la fertilidad.

El genio veneciano no fue el único que se sintió atraído por este tema. La sensualidad reflexiva e inalcanzable de la divinidad en la Venus dormida fue reproducida por Annibale Carracci (hacia 1602), Artemisia Gentileschi (1625- 1630) o Nicolas Poussin (1627- 1628), como ejemplos destacados. Otros, por el contrario, siguieron la línea de Tiziano y omitieron esa divinidad para reflejar su lado más mundano y seductor, como Francisco de Goya en La maja desnuda (1795- 1800) o Édouard Manet en Olympia (1863).