Información de la obra original

  • País: España
  • Categoría: Dibujo
  • Técnica: Lápiz
  • Medidas: 11.02 x 8.27 in
  • En Artelista desde:
  • Etiquetas: tirreno, mar, julia, pandataria, isla

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Descripción de la obra

Hola, soy Julia, la hija del emperador. Mi padre, Octavio Augusto, o simplemente Augusto, como le llama todo el mundo, es el emperador. Aunque a él no le gusta que se dirijan a él por ese título. Tiene el mando supremo, el \"imperium\", es verdad, pero él -dice- no es un emperador, un sátrapa al estilo oriental (\"todo lo malo viene de Oriente\", acostumbraba a decir). Sin embargo tiene el poder absoluto sobre las personas y las cosas. Cierto que normalmente respeta las instituciones, pero lo hace para ocultar su verdadera naturaleza política. Tanto él como Livia supieron muy pronto que algo tan complejo como el poder en Roma ya no podía descansar en un turno anual de dos cónsules. Su tío abuelo, Julio (César) ya lo había visto. Pero o no se atrevió a asumir esa realidad o lo mataron antes de tiempo. La República había dejado de ser el sistema ideal. Ahora bien, el imperio, el emperador...; ¡por todos los dioses, hay muchos que ambicionan el mando único! Y sin embargo, allá arriba ese hombre, mi padre mismo está sólo. Es como si viviera en una isla. Como yo; aquí, en Pandataria.
Las islas son bonitas cuando se va de vacaciones. Tengo alguno de mis mejores recuerdos de cuando la familia entera bajábamos a Bayas, a nuestra residencia de verano. Desde allí había días en que dábamos un pequeño salto, en un birreme ligero y pasábamos el día en Capri, o en Ischia.
Los mejores veranos de mi vida transcurrieron allá, lejos del calor insoportable de Roma, de su pestilencia, de las enfermedades que fermentaban en las pútridas charcas y diezmaban a la gente. ¡Alguna ventaja tiene que tener ser la familia imperial!
A mi padre y a Livia, su mujer, les gustaba vernos a Marcelo y a mí juntos. Desde muy niños ya decidieron que llegado el momento nos casaríamos. ¿Acaso podía haber sido de otra manera? ¡Marcelo era mi primo! Tan guapo y dulce como su madre, además. Tan, tan ... bueno, yo diría que tan mimado.
De Capri guardo uno de los mejores recuerdos de mi vida. Un recuerdo que, oh Pnemósine, ¡no sé si pedirte que lo borres de mi memoria! Porque es de las pocas cosas que he podido traerme conmigo a esta desolación.
Bueno el caso es que era aquel un mediodía muy caluroso de Julio. Marcelo y yo, que siempre conseguíamos dar esquinazo a las ayas y a Minos, el esclavo personal de Marcelo, encontramos una cueva. Sus techos azulados y su frescura nos parecieron la entrada secreta a una morada de los dioses. Esta tierra es tan hermosa y sana que hasta los moradores del Olimpo tienen aquí sus retiros privados.
Pues bien, no había rastro de ninguno de ellos allá dentro. En cambio sí estábamos Marcelo y yo. Solos.
Marcelo se zambulló varias veces en el agua. Cuando subía hasta la roca en que estaba yo tendida dejaba caracolas a mi lado, que recogía del fondo.
El agua era tan clara que yo lo veía perfectamente, como a través de un puñado de cristales.
Cuando colocó junto a mí tantas caracolas que yo ya no quería contarlas, le dije que se quedara quieto. Él se quedó un poco parado y se echó a reir, porque no comprendía la situación. ¡Le gustaba tanto impresionarme!
Entonces yo simplemente me puse en pie y me dejé caer la ropa. Le miré a los ojos, intensamente ... Entretanto, fuera se oía la voz de Minos, un poco desesperada.
Salimos antes de que nos encontraran. Marcelo todavía tenía las mejillas coloradas, como cerezas.
Cuando llegó el momento se celebró nuestra boda.
Formábamos una pareja mona. Éramos, ¿cómo decían los aduladores de mi padre ...?; sí, esto, que éramos \"la pareja ideal\".
Sin embargo Marcelo no era el hombre ideal para mí. En realidad creo que mientras vivió no llegó a ser hombre; se quedó en el apocado niño de trece años al que seduje en aquella cueva. No creo que yo haya sido la culpable no obstante de su inmadurez. Quizás, una de las razones fuera que su vida era demasiado fácil. No tuvo que curtirse. Si aquella tarde una miserable sardina me hubiera mordido en el pie, Marcelo no habría sabido qué hacer; excepto pedir auxilio.
Si alguien me reprochara entonces por qué me casé con él, es que ha olvidado que eso ya estaba previsto. Mi padre, con su poder absoluto sobre las personas, así lo había decidido. Por la estirpe que quería perpetuar ... para Roma. En definitiva, por Roma. En definitiva, política de la fina.
Marcelo murió pronto. Un catarro mal curado. Y yo lo sentí, no crean. Marcelo ¡era tan guapo! Y además era dócil, lo cual resultaba una comodidad. Hasta que una empieza a hartarse de convivir con un gato sin uñas. ---
Me aburría tanto que empecé a buscar. Tenía una especie de comezón. Una comezón que no admitía más que un sólo tratamiento. Así que empecé a salir.
Por las noches. Naturalmente nunca lo hubiera hecho sola. Retomé algunas amistades y empezamos a recorrer la Roma nocturna. Una Roma que yo no había conocido. Ibamos convenientemente disfrazadas. Simple precaución. Porque, ¿cuántos romanos saben el aspecto que tiene la hija de Augusto? Fuera de mi entorno inmediato practicamente nadie. Pero hay que contar con los servicios de información. Mi padre tiene ojos y oidos en todas partes. No conviene fiarse. De hecho no habría podido salir de casa inadvertida si previamente no hubiera realizado una serie de sobornos. ¿Y quién sería capaz de decir \"no\" a la hija de Augusto?---.
Pero no le fui infiel a Marcelo. Él no lo merecía. Bueno, quiero decir, que sí, conocí algunos hombres ... Pero aquello no era más que un pasatiempo. Yo no podía enamorarme de nadie entre esa chusma.
Otra cosa era pasar un buen rato. Otra cosa fue descubrir la fuerza que había en nuestra plebe. Los estibadores del puerto acabaron siendo mis preferidos. Su vida era tan terrible, quiero decir, debían esforzarse tanto por ganarla día a día, que sus escasos momentos de celebración estaban a la misma altura que su infortunio. Una vez lo probé, no pude -ni quise- renunciar a aquella vitalidad prodigiosa.
A pesar de mis iniciales remordimientos también me sentí justificada. Pensé que de esa manera convenía a la hija de Augusto conocer por sí misma la razón de nuestra grandeza, de la grandeza del espíritu romano. Fue así como comprendí -y sentí- la fuerza que nos había hecho grandes. Una fuerza que desde hacía siglos descansaba más bien en la masa amorfa del pueblo que en nuestros círculos de señoritos consentidos.---
Tras la muerte de Marcelo pensé que quedaría libre; quiero decir, por un tiempo. Pero no, ¡naturalmente que no! Hasta yo pude comprender que Augusto necesitaba tener asegurada una descendencia. Porque mi padre era muy familiar, ¡y no estaba levantando aquel imperio para que luego lo dirigiese cualquier advenedizo!---
De manera que me casaron con Agripa. Agripa, sin ancestros, sin pedigrí. Agripa, un hombre del pueblo. En honor a Agripa debo decir que aunque yo no pedí esa boda -¡faltaría más!- aquel hombre siempre me gustó. Quiero decir, incluso de niña. También cuando estaba casada con Marcelo. Sin él mi padre no habría tenido éxito. Eso era estupendo, providencial, pero a mí me gustaba por otras razones. Yo diría que las propias de una mujer; al menos de una mujer como yo.
Cuando nos casamos Agripa era viudo. Por tanto, no tuvo que renunciar a nada. Para ser sinceros, Agripa entendió nuestro matrimonio como un regalo. Tenía su ambición. Pero muy escondida, claro está; sabía cual era su sitio en el juego de poderes de mi padre. Él nunca sería emperador, lo entendía bien. Pero su aportación a la institución iba a ser de todos modos muy valiosa. Habría de poner, si cabe, algo más de su propia persona, que lo que había aportado hasta el momento. Su misión consistiría, fundamentalmente, en engendrar hijos en mí.---
¡Y vaya si lo hizo! Tenía más de cuarenta años cuando se casó conmigo. Algunos hombres a esa edad ya son viejos. Él no.--- Los estibadores del puerto están acostumbrados a gemir bajo el peso de las mercancías que cargan y descargan. Eso los hacía viriles a mis ojos. Pero Agripa, había gemido, y mucho, bajo el peso de la impedimenta de legionario. Había gemido mucho, con el paso del tiempo, bajo el peso de la responsabilidad, bajo el peso de acabar siendo la mano derecha de Augusto. Las manos de un hombre que está acostumbrado a dirigir hombres, tanto en la paz como en la guerra, acostumbran a ser manos seguras.
Tuvimos tres hijos : Cayo, Lucio y Póstumo. A éste, el último, lo llamé así por razones obvias; nació después de que su padre hubiera muerto.--- Así es; Agripa murió. De repente. La vida es una cosa sorprendente : Agripa, un coloso, muerto de un día para otro. Quizás fue el corazón. Quizás su coraje era mucho más grande y fuerte que su propio corazón.
El caso es que a veces me siento un poco culpable. No sé cómo explicarlo ... Pero no, yo no tuve que ver en ello. A mí me parece que no, vamos... ---
Ah, se me olvidaba, también tuvimos dos niñas. Hasta cierto punto es lógico que no las citara. Ya que las mujeres no cuentan. ¿O sí? Bueno, para ser sincera yo pienso que, aunque ninguna romana pueda ser emperatriz. ... sí puede llegar a ser la dueña del emperador. ¿No tenemos ahí a Livia y mi padre?
No quiero que se me interprete mal, pero la cama es el imperio de la mujer. Allí un emperador puede ser sencillamente arcilla en sus manos.---
No le fui infiel a Agripa. Agripa me llenaba. Me desbordaba; ¡a mí incluso!
Pero Agripa murió pronto, ya lo he dicho. Augusto sintió su muerte tanto como yo, aunque naturalmente, de otra manera. Para él fue como si hubiera perdido su brazo derecho. Mi padre no ha vuelto a encontrar una pieza tan perfecta para su engranaje.---
Luego, andando el tiempo, se me murieron, o mejor dicho, se nos murieron a todos, mis dos hijos mayores. Cayo en primer lugar, Lucio poco después. Un gran dolor para una madre. ¡Y una gran pérdida para Roma! Tanto Cayo como Lucio apuntaban maneras. Se parecían mucho a su padre.
Y Augusto vio como una vez más sus planes sucesorios se iban al garete. Fortuna es caprichosa. Y libre. No se la puede comprar con nada. Es insobornable.---
En cuanto a Póstumo, mi tercer hijo. Aunque sea yo su madre debo decir que mi hijo Póstumo lleva algo de lo peor de los Julios. ¿Algo de lo peor de mí por tanto? Póstumo se ha convertido en un joven depravado. Tiene un carácter pendenciero que no le ayuda a hacer amistades precisamente. Hace mucho que no lo veo -ni creo que vuelva a verlo- Sé que acabará mal.
Mejor que su padre no lo viera crecer. Me alegro por Agripa, aunque con su muerte yo me convirtiera de nuevo en una viuda ...---.---
Así que hubo -necesariamente- un nuevo matrimonio. Esta vez fue con Tiberio.
A Tiberio y a mí se nos murió un hijo al nacer. ¿Digo esto como justificación? No lo sé. Mencionar el hecho probablemente no sirve como excusa para mi conducta.--- Tiberio se parecía bastante a Agripa. Era todo un tío. Aunque serio, circunspecto. Y además seguía terriblemente enamorado de la que había sido su mujer. Vipsania, hija de Agripa también (¡vaya morbo!, ¿no?). Augusto le mandó divorciarse de ella. Fue implacable con él. No le importaron sus ruegos, ni sus lágrimas. \"Vamos, Tiberio, tú que has afrontado la muerte de cara tantas veces, ¿vas a llorar por una mujer; aunque sea tu esposa? Mirémoslo así : Con ella ya has conocido eso, eso tan bonito ... que es el amor. Tienes hijos con ella. Ellos siempre van a estar ahí, tu matrimonio ha sido provechoso. Has conocido la felicidad. Ahora escucha : Roma te necesita, yo te necesito, ¡te necesitamos! No en el campo de batalla, como tantas veces. Lo que te pido es algo más sutil, más ... Tienes más de cuarenta años; es hora de que entiendas la importancia de la política interior.---. En realidad nosotros somos el sostén de lo que estamos creando. Eso nos exige sacrificios. ¿Lo entiendes, Tiberio? --- ¡Buen chico! ¿Sabes?, empiezas a gustarme; cada día más\".---.---
Y a mí también me gustaba la idea de estar casado con él. Bueno, sólo al principio. Aquello no duró mucho. Tiberio no podía soportar la separación de Vipsania. Y mis celos hacia su ex-mujer aún empeoraban las cosas. Luego, cuando ella se casó con otro, yo pensé que Tiberio se volvía loco. Si tuvimos algunos momentos placenteros - al principio -, aquello se había terminado. Y eso que yo era -¿debo pedir disculpas por esto?- una amante excelente, habilísima. Bueno, está claro que para Tiberio aquello no era suficiente. Es más, acabó por despreciarme. Se convirtió en una persona inaguantable : siempre metido en los despachos, en los cuarteles. Incluso sé de buena tinta que al principio de nuestro matrimonio siguió visitando a su ex-mujer en secreto.
Y eso sí que yo, la hija del emperador, no estaba dispuesta a soportarlo. Le pagué con la misma moneda. Aunque eso sí, debo confesar que le pagué ciento por uno. Pero, qué se puede hacer, ¡soy una Julia!
Tiberio, incapaz de irle con chismes a Augusto, finalmente optó por largarse. Así, como suena. Me dejó plantada. Nos dejó plantados a todos. Se fue a una isla, ¿qué ironía, no? ---. Claro que si piensan que se marchó a un peñasco desierto como éste están Uds. muy equivocados. Tiberio se fue a Rodas. Como un ciudadano privado. Es molesto admitirlo, pero enseguida nos hizo saber de su dicha. Cosa que no puedo comprender muy bien; porque, ¿qué tiene de estupendo pasar el día bajo una parra, rascándose la barriga, y discutiendo de filosofía con unos cuantos borrachines? Y por las noches ... observando las estrellas. En fin, si mi padre lo necesita alguna vez en serio, estoy segura de que el pobre Tiberio no tendrá opción. Con mi padre sólo caben dos posibilidades : obedecer o quitarse la vida.
Yo nunca me quitaría la vida. De hecho me gusta la vida; demasiado, creo yo.
La marcha de Tiberio, en realidad fue una liberación. Dejó más despejado el terreno. Mis escarceos se hicieron más frecuentes. Ya lo he dicho, me gusta la vida. Siempre he odiado aburrirme. Por eso no estaba dispuesta a perderme ni un minuto de placer. Porque todo puede acabarse en cualquier momento. No hay nada como ver morir a los demás para comprenderlo.
Esto me hizo cada vez más audaz, en lugar de timorata. De manera que \"lo mío\" acabó siendo excesivo. Vamos, quiero decir con esto que por lo visto mis diversiones acabaron siendo un clamor.--- Pensándolo bien, yo creo que mi padre no quiso verlo. No quiso saberlo hasta que fue puesto de bruces ante la evidencia. Cuando aquello se convirtió, no ya en un deshonor inigualable, sino en una burla contra todo su sistema, Augusto hubo de actuar.
Algunos de los hombres con los que me acosté eran amigos suyos. Senadores. Claro, porque mi conocimiento del pueblo romano alcanzó a todas las clases. Incluyendo esclavos.
Lo de sus amigos fue lo que más le dolió. Un esclavo ... es un animal, puro instinto. Pero un patricio ... \"¡De buena gana les hubiera cortado la cabeza a todos!\", gritaba; \"¡pero entonces hubiera tenido que cerrar el Senadoooo!\" ---
Al final se optó por lo más juicioso : que yo cargara con el castigo. Cosa que hasta cierto punto era lo más justo, ¿no les parece? --- Pero mi padre no me sentenció a muerte. Hizo algo más cruel.--- Así que aquí estoy. ¿Comida por los remordimientos? No,no, más bien, por el sol, el viento, el aburrimiento ...
Cuando éramos niños yo nadaba muy bien. Por eso me encantaba cuando llegaba el momento de volver al mar en verano, lejos de [-]ero aquí, con todo el mar a mi disposición, si me pusiera a nadar llegaría ... a ninguna parte. Lo que son las cosas, el mar era mi felicidad y ahora es mi desdicha. El agua que rodea este islote son los mejores muros de una cárcel perfecta. Perfectamente hecha para destruir por completo a una persona.
Al principio creí que mi padre no me hizo matar de inmediato debido al freno que suponen los afectos. ¿Qué padre haría tal cosa? \"Había tenido misericordia de mí\", pensé.--- Sin embargo, pronto cambié de opinión. Yo creo que se ensañó en el castigo, fíjate. Porque Augusto dispuso, entre otras cosas, que ningún hombre se acercaría a menos de 100 metros de mí. También estableció la prohibición de proporcionarme vino. Esto haría que mi existencia aquí fuera aún más penosa si cabe.--- Por supuesto no tengo conmigo ningún objeto metálico. Aunque Augusto conoce bien a su hija : sabe que yo sería incapaz de quitarme la vida. Eso de cortarme las venas en un baño caliente, -¡tan romano!- y dejarme ir suavemente ... No, definitivamente no es algo que vaya conmigo. Y sin embargo la orden fue tajante : ¡nada de metal! (lo que incluía mis joyas, naturalmente). ¡Por todos los dioses las uñas me las tengo que cortar a mordiscos! Luego las igualo frotándolas en las rocas o con una piedra.
También se me prohibió llevar conmigo espejos. No porque sean de metal, sino, bueno la razón no se les escapa, ¿verdad? Aunque, sinceramente, no quiero saber el aspecto que tengo. De poderlo saber ..., es posible que saliera corriendo ..., en círculos, ¡ja, ja, [-]i al menos ese de la torre tuviera agallas para desobedecer las órdenes ... ¡esto sería más llevadero! Pero el romano es un gran organizador como todo el mundo sabe : la vigilancia, mi custodia, se efectúa por parejas que se relevan cada poco. Así, ni uno ni otro se arriesgarán nunca a venir hasta aquí. Pues ¿cómo estar seguro de que el compañero no dirá nada, una vez la pareja haya sido relevada? ¿Cómo estar seguro si lo que cada cual sospecha del otro es que éste es un agente de mi padre? Así de sencillo.
En fin, será que éste era mi destino. Todos los hombres y mujeres, desde un esclavo hasta un emperador, han de plegarse a su destino.--- ¿Saben? yo sé que mi padre sufre por mí. Una vez pasado el tiempo y su terrible reacción, mi padre querría ser capaz de sacarme de aquí. Pero está atado por su propia grandeza, por lo que representa. Un emperador no puede ser débil. Un emperador no puede volverse atrás. Mi padre es muy popular, incluso querido, pero también tiene sus enemigos.
En fin (¡ oh dioses, cómo odio este viento !) ... es posible que el sacrificio de mi persona redunde en el bien de muchos. Creerlo así dulcifica en cierta medida la dureza de mi castigo.--- A lo mejor me estoy volviendo loca, pero cada día que pasa lo veo con más claridad : quizás ahora es cuando mi vida, por fin, ha empezado a cobrar auténtico sentido.---FIN---
Al cabo de unos años, Augusto, accedió tanto a su deseo íntimo como a los ruegos de muchos romanos e hizo que Julia pudiera abandonar la isla y vivir en la península. Ahora bien, la prohibición de volver a Roma se mantuvo hasta el final. Julia terminó sus días en algún lugar olvidado del sur de Italia, y padre e hija murieron sin volver a verse nunca más.--- JLP Madrid 2012

Información del artista

Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !


Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.


No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...

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