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La obra muestra una superficie profundamente texturizada, en la que predominan tonos ocres y amarillos sobre un fondo rojizo–morado.
La pintura tiene capas superpuestas, con relieves que evocan erosión, desgaste o restos de pigmento en una pared antigua. La composición es caótica y orgánica, pero sugiere figuras difusas que emergen y se ocultan, como si fueran vestigios de formas humanas o símbolos grabados en una piedra.
Podría interpretarse como una metáfora del paso del tiempo, la memoria o la huella de la historia en los muros.
Mi trabajo se mueve entre la abstracción y la expresión, buscando transmitir sensaciones más que representar realidades. Cada trazo, cada textura y cada contraste de color nace de la necesidad de explorar lo invisible: aquello que sentimos, pero no siempre podemos nombrar.
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