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En esta obra, Antonio Abril retrata con gran fuerza expresiva el perfil de una mujer africana envuelta en un majestuoso tocado geométrico de tonos ocres, blancos y marrones. Su rostro, iluminado por pinceladas que recuerdan a rituales de pintura corporal, transmite serenidad, dignidad y un poderoso sentido de identidad.
El contraste entre la piel dorada, la textura del tocado y el fondo negro profundo convierte la figura en un icono de belleza y resistencia. La obra se erige como un homenaje al orgullo cultural y a la feminidad ancestral, al mismo tiempo que dialoga con la estética contemporánea.
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