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En esta poderosa pintura, Antonio Abril representa la figura de un guerrero en actitud introspectiva, cubierto de trazos y símbolos tribales que recorren su cuerpo como cicatrices de memoria ancestral. La postura recogida y el rostro inclinado evocan recogimiento, fuerza contenida y conexión con lo sagrado.
El contraste entre la figura en tonos tierra y el fondo negro absoluto intensifica el dramatismo de la escena, haciendo que cada línea y cada curva resalten como marcas de identidad y espiritualidad. Es una obra que habla de la pertenencia al origen, de la lucha interior y de la dignidad que trasciende el tiempo.
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