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Cuenta la leyenda de un peñasco azotado por vientos ancestrales, donde un árbol de corazón fuerte y ramas en espiral desafía la furia del cielo. Sus hojas, teñidas de los soles que fueron y los que vendrán, oro vivo y naranja crepuscular, ondean como llamas eternas contra el lienzo sombrío de nubes que danzan la danza de la tempestad.
Abajo, el mar, espíritu indomable, lanza su furia blanca contra la roca, esculpiendo murmullos de leyendas olvidadas. Pero a los pies del árbol valiente, un milagro florece: un tapiz de margaritas, vestidas de los colores del amanecer y el rubor, un canto de vida en la morada de la tormenta.
Y mira, viajero del viento, cómo el cielo se parte, dejando que la serenidad pinte el horizonte de un azul profundo. Es el aliento de la calma que sigue al rugido, la promesa de que incluso en el lugar más salvaje, la belleza encuentra su danza, y la esperanza florece donde la leyenda planta su semilla.
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