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Se cuenta de una noche donde el mar, espíritu indomable, embistió con furia una costa esmeralda, vestida de musgo antiguo. Las olas gigantes, coronadas de espuma blanca, se alzaban como espectros contra un cielo de nubes oscuras y amenazantes. Pero en la roca batida, donde el viento y la sal trazaban su destino, floreció un milagro de color. Azaleas fucsias, margaritas doradas y amapolas rojas, un jardín efímero desafiando la tormenta. Y en la vanguardia del caos, una única flor, de pétalos blancos como la pureza, azules como la esperanza y naranjas como el coraje, irradiaba una luz suave y dorada, un faro de consuelo en la noche turbulenta. Dicen que esta flor nació del corazón de una ninfa marina y un rayo de luna, un símbolo de resistencia y belleza que florece incluso en la hora más oscura.
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