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El carboncillo sobre el lienzo, muestra a una mujer anciana que cubre su rostro con el brazo, dejando visible un número tatuado: un símbolo imborrable del sufrimiento y la supervivencia. Cada trazo evoca las huellas del tiempo, el dolor y la dignidad que persisten tras el horror. La luz y las sombras dialogan entre la vida y la memoria, recordándonos que hay cicatrices que no se ven, pero que siguen hablando por generaciones.
Esta obra es un homenaje silencioso a quienes llevaron en su piel la marca del pasado, y en su espíritu, la fuerza de resistir.
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