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Este carboncillo sobre lienzo, retrata unas manos envejecidas, marcadas por el tiempo y por un número tatuado en el antebrazo, símbolo del sufrimiento y la deshumanización vivida en los campos de concentración durante el Holocausto. El alambre de púas al fondo refuerza la idea de encierro y dolor, mientras que las manos entrelazadas evocan resistencia, fe y memoria. La obra invita a reflexionar sobre la dignidad humana, la fortaleza del espíritu y la necesidad de no olvidar jamás las heridas del pasado.
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