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El mito de Ícaro y Dédalo es uno de los más hermosos de la mitología griega. Nos habla, de forma alegórica, del poder del ingenio, pero también de las trampas que plantean la ambición.
Ícaro consiguió volar con alas hechas de plumas pegadas con cera, invento de su padre, pero en su vuelo, escapando de Creta y el rey Minos se acercó tanto al sol, por la emoción del vuelo, que se fundió la cera estropenado sus alas, cayó al mar y se ahogó.
Tanto Dedalo (el constructor del laberinto del minotauro) como su hijo destacan por su ingenio y saber científico. No resulta dificil, por tanto, establecer un punto de unión con la novela de Shelley "Frankenstein o el moderno Prometeo".
Icaro vuela hacia Apolo, hacia el sol, como el humano que pretende acercarse a dios, pero no como un ser servil, sino como creador, como científico y por lo tanto es castigado.
De la misma forma el mito biblico de Lucifer (portador de luz, del latín lux (luz) y ferre (llevar)) encuentra en su ansia de ser algo más un fatal destino. El ángel que se rebela contra Dios, el primer apóstata o caído, repite el concepto que se ofrece en el episodio del pecado original con el arbol del conocimiento. La adquisición y transmisión el conocimiento es una afrenta contra Dios.
Personalmente pienso que el mito, siempre tratado muy negativamente, trata sobre la curiosidad innata del humano apasionado por el conocimiento, la atracción por lo desconocido y la cantidad de fracaso que es necesario para conseguir un conocimiento verdadero. Y ante todo y sobre todo de la necesidad del ser humano de alzarse pese al peligro de la caida.
Bellas Artes en la Facultad de BBAA de la Universidad Complutense
de Madrid.
Copista oficial autorizado en el Museo del Prado de Madrid
2008-2010.
Miembro de MAKE MAKE Proceso Creativo, grupo
artístico sinestésico multidisciplinar.
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