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En la obra vemos a Dionisio, coronado de vides, sosteniendo un cáliz dorado. Su gesto no es frontal ni entregado directamente al espectador: es un ofrecimiento insinuado, suspendido en el aire, casi como una promesa. Esta ambigüedad dialoga con Prometeo: si él entrega el fuego sin reservas, abriendo el camino de la técnica y la civilización, Dionisio mantiene el vino como invitación velada, accesible solo a quien se atreva a reconocer su poder. El fuego prometeico es claro, útil, progresivo; el vino dionisíaco es oscuro, extático, peligroso. Ambos dones transforman a la humanidad, pero cada uno encierra su ambivalencia: progreso y exceso, comunidad y desorden, claridad y embriaguez. Aquí, Dionisio no impone ni regala sin condición: su gesto sugiere que la verdadera iniciación no se recibe pasivamente, sino que exige apertura interior. El espectador queda así en el umbral, invitado y advertido al mismo tiempo.
Soy artista y restaurador madrileño, formado en Bellas Artes en la UCM y como copista en el Museo del Prado.
He trabajado como ilustrador, diseñador web y creador de storyboards.
Actualmente desarrollo "El error de Prometeo", una investigación artística que une cuerpo, movimiento, música y espacio.
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