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Esta pintura capta la alegría de vivir: esa sensación inmediata de bienestar que aparece cuando contemplamos, desde el agua, un paisaje urbano y costero que se abre sereno y luminoso. La ciudad se sugiere en formas simples y colores vibrantes, como una promesa de movimiento y encuentro, mientras las embarcaciones —mínimas— nos sitúan en el lugar exacto del espectador: a bordo, respirando la calma del puerto. La atmósfera velada y la textura aportan profundidad y emoción, como si el recuerdo del viaje se mezclara con la luz del momento. Es una obra que invita a mirar despacio, a dejarse llevar y a celebrar lo bello en lo cotidiano.
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