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En esta obra, el campo canta en silencio. Un racimo colosal de uvas cuelga desde lo alto como testigo generoso del esfuerzo humano, símbolo de abundancia y promesa. Bajo su sombra se despliega la vida rural: surcos verdes que se pierden en el horizonte, manos que cosechan, pasos que repiten los ritmos del sol y la tierra.
El paisaje vibra en tonos suaves y cielos encendidos, donde la jornada empieza o tal vez termina, dejando en el aire una brisa de nostalgia. Una casa humilde vigila la escena desde una colina de piedra, mientras un perro duerme, ajeno al trajín que alimenta las vasijas del vino.
"Una tercera" es esa presencia invisible que recorre el viñedo: quizá la mujer que trabaja junto al hombre, quizás la tierra misma, madre callada, o quizás el alma de la cosecha que permanece, año tras año, entre los surcos y los sueños del campo.
Es una pintura que no solo se mira: se escucha, se respira, se recuerda.
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