“No hay que buscar ningún significado a estas obras, las artes visuales no son racionales, sino sensoriales, no hay ni un ápice de política en ellas (…) Aquí hay un elemento importante que es el agua y nadie me pregunta por ella, todos buscan significado a los bidones, que no lo tienen”. Como buen artista grande, Christo Vladimirov Javacheff —más conocido como Christo, a secas— siempre jugó al “yo no quiero decir nada con mi arte”, una estrategia muy eficaz porque evita muchos disgustos y debates: es una forma elegante y cómoda de quitarse de en medio: “Eh, yo soy el artista, yo hago arte, no discuto, debatid vosotros, mi público, mi crítica”.

Pero cuando Christo ponía el foco en el agua en su última gran obra Barrels and the Mastaba —una mastaba de 20 metros construida sobre más de 7.500 barriles planeada para un enclave de Emiratos Árabes Unidos pero finalmente ubicada en el Serpentine Lake del Hyde Park de Londres— no solo estaba jugando a ser muy artista, sino que estaba explicando el fundamento mismo de la poesía: mirar de otra manera. Porque la poesía supone reabrir los ojos a la belleza del mundo, la cual no requiere de explicación ni tertulia. Está ahí. Sí, antes de entender y/o juzgar, hay que saber mirar.

Christo y su pareja, tanto creativa como sentimental, Jeanne-Claude pasaron su vida escribiendo poesía en el paisaje, ofreciendo nuevas perspectivas del mundo. Su land art consiguió no solo despertar el interés de la crítica especializada, sino que estimuló la imaginación del espectador menos preocupado por el arte contemporáneo. Y es que cubrir un parlamento o un puente de tela llama la atención sin necesidad de recursos gruesos ni postureo provocador. Y eso es mucho.

Nacido en Bulgaria en 1935 dejó su país en los años 50 para irse a París. Allí conoció a Jeanne-Claude con la que se casaría en 1962. Ya en su país de origen había mostrado interés por envolver objetos que luego solía decorar. En 1961, esta curiosa técnica artística a medio camino entre la escultura y el ready-made da un paso más allá, al ampliar la escala de sus proyectos: envuelve barriles del puerto fluvial de Colonia. Poco tiempo después, ya junto a su pareja creativa, bloquearon con barriles de petróleo la Rue Visconti en una intervención simbólica contra el Muro de Berlín —que se comenzó a construir en 1961— logrando cierta repercusión mediática.

A finales de los 60 llega Documenta 4, el primero proyecto grande de la pareja en un clima artístico mucho más favorable para esta clase de intervención del paisaje que, al otro lado del Atlántico y bajo el mecenazgo de Virginia Dwan, empieza a florecer: lo que comienza como Earth Art terminará como Land Art, aglutinando una serie de propuestas de diferente perfil que tienen en común el hecho de tratarse de intervenciones en la naturaleza. Al fin y al cabo, una etiqueta como cualquier otra de la que renegaron la mayor parte de artistas del movimiento. No olvidemos que un artista comienza a sentirse artista cuando reniega de la etiqueta que le pone el crítico.

Christo y Jeanne Claude prefirieron ser conocidos como artistas ecológicos y se mudaron a Nueva York, una ciudad que, al menos en los 70, era la antítesis de lo ecológico. En esa década Christo se convertirá en un icono de la intervención en el paisaje con obras como Wrapped Coast en Australia, Valley Courtain en las Montañas Rocosas en Colorado o Running Fence en San Francisco.

El diseño de sus obras se aleja definitivamente de la escultura acercándose a la arquitectura, al menos en complejidad: solo 22 de los 60 proyectos de Christo llegaron finalmente realizarse. Y es que el proceso de gestación de una obra de este calibre requiere años de trabajo, que incluye no solo infinidad de bocetos, sino largas negociaciones con las autoridades y engorrosos informes de impacto ambiental. Y para colmo, son intervenciones gratuitas y efímeras. Y esto sí que es casi un milagro: que una ciudad o un territorio apueste por una obra efímera que no va a convertirse en un hito visitable por el turismo como lo es un edificio o una gran escultura tiene un gran mérito.

“El poder de mis proyectos es que son libres. No puedes comprarlos ni venderlos. No puedes vender billetes de entrada para verlos. Son únicos, en el sentido de que duran solo un par de semanas y luego nunca vuelven a reproducirse (…) Hay una gratuidad radical en mis proyectos, en todos los sentidos de la palabra”.

Esta gratuidad radical, la imaginación, la originalidad y, sobre todo, su carga poética son los elementos que siempre recordaremos de la insólita obra de Christo, un artista que nos devolvió el agua, la montaña, la piedra y el valle, que nos enseñó a mirar más allá de nosotros mismos.