“El arte como negocio es el paso siguiente al Arte. Yo empecé como artista comercial y quiero acabar como artista de negocios. Ganar dinero es arte. Trabajar es arte. Y los buenos negocios son el mejor arte”.

Así de rotundo se mostraba Warhol, y tal vez un pelín irónico, cuando se refería a la relación entre el arte y el dinero. Para los que creemos que el arte es la mayor expresión creativa del ser humano, este tipo de declaraciones revuelven un poco el estómago, pero negar la relación entre el objeto artístico y el dinero en un sistema capitalista como el nuestro es quijotesco.

Puede que el acto creativo sea desinteresado, sublime y hasta mágico, puede que el proceso de gestación de una obra artística se desarrolle al margen de la ley de la oferta y la demanda, pero una vez que esa obra se pone en el mercado, la perspectiva cambia radicalmente: el arte pasa a ser objeto que se vende y se compra. Y es aquí donde entra en escena el inversor, una figura clave en el mercado del arte.

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A diferencia del especulador que busca un beneficio rápido en sus inversiones “caiga quien caiga”, el inversor es una figura que coloca sus ahorros en determinados empresas o sectores comerciales confiando en obtener un rendimiento a medio o largo plazo. Digamos que el especulador es un jugador agresivo, codicioso y a menudo irresponsable mientras que el inversor es un jugador moderado y sensato. Pero ambos juegan, ambos quieren ganar dinero.

Y el arte da dinero. Y más en tiempos de crisis. Como si hubiéramos tenido poco con la crisis financiera de hace una década, ya estamos a las puertas de otra crisis. Y los inversores se repliegan para encontrar oportunidades nuevas (y seguras) en un escenario de incertidumbre. El arte, como el oro, es un valor refugio, dicen los expertos: son los denominados activos defensivos cuyo valor aumenta en épocas de crisis porque no están directamente relacionados con el devenir de la economía.

La crisis como oportunidad, el arte como inversión. Muy bien, invirtamos en arte, pues. Lo primero que necesitamos para invertir en arte (o en lo que sea) son ahorros. Para obtener un beneficio a medio/ largo plazo de nuestras inversiones artísticas los expertos aconsejan evitar la figura del “comprador” y acercarse más a la figura del coleccionista.

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El comprador compra las obras que le gustan sin formar una colección congruente. El coleccionista, por su parte, reflexiona sus adquisiciones con el objetivo de reunir una serie de obras que tengan también valor como conjunto. Esta es la primera fase del inversor artístico: aprender a coleccionar. Porque todo el mundo puede comprar arte, pero no todos saben coleccionar.

¿Y cómo se aprende a coleccionar? Formándose, investigando y recibiendo asesoramiento. Puede que seamos unos aficionados al arte y tengamos un cierto sentido estético, pero para invertir en arte se necesita desarrollar una sólida base histórico-artística además de entender el funcionamiento del mercado del arte. Y es aquí donde el proceso de invertir en arte se complica, sobre todo para pequeños inversores.

Porque para invertir en un Picasso o en un Van Gogh no se necesita formación, solo ser millonario: siempre se revalorizarán con el tiempo. El mérito (y el riesgo) está en invertir en arte emergente, adelantarse a las tendencias del mercado y detectar oportunidades antes de que esos artistas se hagan un nombre. Llegados a este punto, el inversor de arte necesita desarrollar dos facetas: asentar un criterio artístico propio y contar con buenos asesores.

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El criterio artístico se forja con formación y mente despierta, estando atentos y en contacto con las tendencias del mercado, con las exposiciones, las galerías y las publicaciones especializadas. Pero este criterio propio —en el que también entra el gusto personal— debe ser siempre combinado con una asesoría especializada, aunque tan solo sea para tener ‘una segunda opinión‘. Si solo nos fiamos de nuestro propio criterio asumiremos más riesgos.

En este sentido, actualmente existe un mercado online complementario al clásico mercado de las galerías que ofrece al inversor una piedra de toque muy interesante para conocer la evolución del mercado del arte, pero también de las tendencias artísticas. Sí, se puede invertir en arte sin salir de casa.

Con todo, invertir en arte emergente puede ser un juego delicioso. Comprobar como nuestra apuesta por un determinado artista germina es un placer: no solo se obtienen beneficios económicos, que es lo que busca un inversor, sino que se obtiene una satisfacción estética: constatar que nuestro criterio artístico es acertado, que nos hemos adelantado a la moda, que hemos detectado una tendencia artística… antes que otros inversores.