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En esta pintura, Antonio Abril juega con la perspectiva y la simbología marina. Un pez aparece representado de forma vertical e invertida, con un ojo azul intenso que domina la composición y capta la atención del espectador. La superficie del agua divide el cuadro en dos mundos: el espacio subacuático cargado de texturas y reflejos, y el cielo minimalista en el que revolotean bandadas de aves negras.
La obra fusiona lo real y lo onírico, transmitiendo tanto calma como inquietud, en un lenguaje visual que evoca el misterio de la naturaleza y su fragilidad.
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