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Timoteo at bar VI -El viaje a Egipto- cap -4 -

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Información de la obra original

  • País: España
  • Categoría: Fotografía
  • Técnica y soportes: Color (Digital)
  • Temática: Arquitectura e interiorismo
  • Medidas: 3.94 x 5.91 in
  • En Artelista desde:

© Todos los derechos reservados

Descripción de la obra

... viene de cap -3-

Se percibía por todas partes el perfume indescriptible que subía la brisa desde el río. Incluso el hermético gabinete del Administrador perdía algo de su severidad, vencida por aquella caricia primaveral.
Y sin embargo, aquel dulzor del aire no me impidió sentir a Kishé, aún antes de que entrase en el gabinete.
En la puerta despidió a su aya y, haciendo una graciosa reverencia a su padre, se dirigió al que era su sitio en la estancia.

En el segundo que Nemer perdió en vigilarme, mientras giraba su cara hacia la puerta para mirar a su hija, yo lancé una rápida ojeada.

Tuve la impresión, mejor dicho, la íntima convicción, de que Kishé había madurado ostensiblemente durante la noche. De repente se me antojó compararla con el fruto que ya está listo para que se le pueda tomar del árbol. Supongo que es porque en mi aldea casi todos son campesinos y esas cosas se aprenden desde pequeños, casi sin darte cuenta.
Kishé estrenaba atuendo aquella mañana. Bajo el pecho, sujeta por una cinta azul anudada delante, llevaba una clámide de lino, muy fina. Bajo los apretados pliegues, se traslucía su cuerpo, moreno y esbelto, elástico. La deliciosa incurbación de sus muslos, que guardaba la quintaesencia de su misterio femenino, habría hecho volver la cabeza al mismo faraón. Bueno, eso es lo que pensé, aunque tal vez faraón, como es un dios, está por encima de esas cosas.
En la cabeza Kishé llevaba un aplique de lirios amarillos, entrelazados. Hacían un magnífico contraste con el negro intenso y brillante de su peluca.
Yo, por mi parte, una vez repuesto ante aquella aparición, con la mayor serenidad posible, traté de recuperar la retahíla de palabras que había perdido.

Pero al cabo de un brevísimo instante, en un gesto que hasta a mí me sorprendió, me detuve. Me paré en seco, quiero decir. El dedo ya tan habilidoso, soltó el cálamo, que rodó despacio hasta quedar detenido en mi regazo. Y levanté la cabeza.
Hice todo eso sin pensar en nada más, como si estuviéramos Kishé y yo, los dos sólos, en la estancia. Simplemente alcé la cabeza y la miré. La miré directamente. A la cara. En sus ojos había un fondo de piedad, de compasión dulce. Pero dominando todo eso, una luz mucho más intensa que aquellas penitas los hacía reir, con una sonrisa juvenil, poderosa, triunfante. El balance de aquellas emociones encontradas era una mirada alegre, arrolladoramente alegre.

Para mi absoluta extrañeza, había un silencio total en aquellos momentos. Repito que era como si estuviéramos los dos sólos, sin hablar, unidos y aislados de nuestro entorno por aquella mirada recíproca.
Me sentía como gravitando, suspendido de aquel luminoso hilo de seda que unía nuestras pupilas. Hilo que no era más que un rayo de luz, al que después he sabido que llaman \"gloria\"; ¡\"la gloria\"! Ese hilo mágico de luz que, entrando por el ojo llega hasta el corazón.

Entonces sonó el bramido del Administrador, sacudiendo el aire con ondas de tragedia inminente. Durante un instante que se me antojó larguísimo vi a Nemer de pie, inmóvil, como petrificado por lo que estaba contemplando. Petrificado, como una de sus propias estatuas, por la sorpresa ante nuestro atrevimiento. Digo \"nuestro\" porque lo de su hija, de quien parecía no sospechar hasta el momento, le debió parecer un montón de cosas horribles juntas. \"Sí, sí\", debió pensar atropelladamente, \"ahora no era sólo yo quien le había desafiado en un gesto supremo, aunque eso sí, por última vez. Resultaba que su Kishé, su obediente, dócil hija, había sucumbido al extraño encanto de un don nadie, y a su propia naturaleza.

Lentamente, el Administrador descendió del estrado y se fue acercando, despacio - pienso que con delectación - en dirección a mí. Llevaba el cuchillo de sílex en la mano, blandiéndolo con fuerza. Con el brazo ligeramente extendido, parecía como si fuera rasgando el aire en dos partes, abriéndose camino a través de él para llegar hasta mí.

A mí sólo me quedaba ese dedo, ¡ ese apéndice que no podía perder ! Y ante lo que se avecinaba me percibí concentrando toda mi atención en aquel puño armado; como si tuviera delante mío una cobra siseante, a punto de atacar.
Enonces alargué mi mano y tome la de Kishé, que al mismo tiempo me tendía la suya. Y la hice retroceder despacio, muy despacio; hasta que quedó situada a mi espalda.
Entonces el aire vibró de nuevo, sacudido por un segundo bramido. Nemer se arqueaba, se echaba ligeramente hacia atrás y estaba a punto de lanzarse contra mí. Iba a acabar de amputarme por completo.

... ... ...

Timoteo parpadeó. Se quitó las gafas y se frotó los ojos. - En ese preciso momento desperté- dijo. Estaba terriblemente agitado -continuó-, sollozaba. No sabía siquiera si estaba despierto realmente. La verdad es que temía ver saltar el destello de aquel cuchillo en cualquier momento. Así, de pronto, en aquella oscuridad, viniendo de a saber qué parte. ¿ Cómo pararía el golpe ? ¿ De donde saldría ...? Pero es que además, lo curioso es que al despertar me había dado cuenta de que tenía muchas ganas de orinar. \"Será el miedo\", me dije.
Con el efecto de las imágenes aún reverberando en mi mente, me costó un poco encontrar la bragueta de mi pantalón. Mi pantalón corto de explorador, de ..., de un \"Indiana Jones\" ... de Palencia; comprado para la ocasión. ¡ Hay que joderse ! Advertí que me temblaban las manos, que torpemente trataban de llegar, de encontrar los botones. Porque, \"tal vez\"... \"¡ Qué ridículo !\", pensé; pero la verdad es que, estaba temiendo que \"aquello\" no ..., que no estuviera ya en su sitio, ¡vaya! \". ¡Pero lo encontré!
Sí, -resopló Teo de alivio - (y Jutta le imitó : ¡Sí, uuuh!). Lo encontré, abajo, empequeñecido, enroscado como una cochinilla de agua, arrugado de miedo.
Entonces le dí unos toques cariñosos y se fue desentumeciendo. Luego, enseguida sentí el fluido que, retenido, se ponía en movimiento y que iba ya hacia la salida.
En ese momento, volvió a mí con fuerza la visión del administrador sacerdote-jefe, de Nemer-Ra. Yo no podía creer aquello. Pero allí estaba,¡el tío!, ¡levantando el cuchillo! para asestar el tajo final! Fueron unos segundos (la acción parecía desarrollarse a cámara lenta). O tal vez fuera un rato. Porque, tuve la extraña seguridad de que el sueño había quedado en suspenso en su momento cumbre y que de repente yo había vuelto a entrar en él.
\"Ahora si que estoy copado\" pensé, \"el loco éste me pilla justo meando\". ¿Y qué va a ser de Kishé?\", pensé.
Y entonces ocurrió algo que no hubiera podido creer de no verlo yo mismo : en lugar del primer tímido chorrito dorado, lo que liberé fue una poderosa, vigorosa, fragante, eyección seminal.
La primea sacudida lanzó un compactísimo \"proyectil\" : ¡ yuii ii ii ii i ii ii ii iiiiiiiip! que acertó de lleno en el pecho de Nemer. Este, al sentir el impacto se detuvo en seco, y en su rostro la mirada feroz se tornó en una ridícula mueca de sorpresa. Una expresión que mostraba estupor e incredulidad ante el súbito e inesperado desenlace de su ataque. Aquel miserable chaval le acababa de atravesar el corazón. Le había liquidado con un arma para él desconocida. Por un brevísimo instante no había llegado a tiempo de agarrar aquel apéndice y cortarlo de un tajo.
Entonces el cuchillo aquel se le cayó de las manos, estrellándose contra el suelo. Se hizo añicos, que saltaron por todas partes. Y seguidamente Nemer-Ra, Administrador-sacerdote jefe del templo de Amón-Ra, emitiendo un quejido extraño, se desplomó, fulminado.
Todo esto ocurrió con la velocidad del relámpago, porque la segunda sacudida ya no tuvo ánimo de dañar. Para mi sorpresa, justo antes del segundo empuje, mi apéndice, como si fuera el cuello de un cisne, descendió graciosamente y dejó descansar la cabeza sobre el borde de un cuenco, un cuenco blanco que Kishé sostenía entre sus piernas cruzadas. Allí vertió, dulcemente, pero imparable a la vez, el resto, hasta dejar el cuenco rebosante.
Kishé, tras mirar un momento a su padre que yacía muerto, se volvió hacia mí. Su sonrisa era serena, blanca y radiante, la más bella que yo estaba destinado a conocer.

Ahora Timoteo hizo otra pausa y se quitó de nuevo las gafas. Tenía los ojos algo húmedos. Se las volvió a poner.
- Me encontraba sumido en tal estado de gozo que ya no sabía si yo era aquel escriba egipcio o simplemente Timoteo, durmiendo.
Se quedó mirando a Jutta, con aire interrogante. Los dos se quedaron mirándose unos segundos. Parecía que Timoteo esperara que la muchacha le diera la respuesta. Pero ninguno de los dos dijo nada.

- Bueno - rompió el silencio Timoteo - , el caso es que al cabo de un rato, o de muchas horas, quién sabe, noté que una luz me daba en la cara y que me despabilaba. Era la luz del exterior que se filtraba por los orificios de la puerta. Sí, en efecto, entonces me di cuenta de que estaba despierto de nuevo. Y me di cuenta de que era Timoteo, encerrado en aquella pirámide por un cabroncete con el que iba a tener unas palabras en que saliera de allí.
Me froté los ojos, bostecé, y comprendí que todo había sido un sueño. Entonces sentí un poco de tristeza o de añoranza, la verdad. O algo así. Pero también, de inmediato, una alegría muy grande. Muchos pensamientos cruzaban por mi cabeza. Y yo lo único que hacía era asentir con la cabeza y soltar unas risitas. Así, como medio riendo, ¿sabes? \"¡Hay joderse\", me decía, \"¡hay que joderse ...\"!

Cuando por fin abrieron para sacarme yo ya sabía que mi viaje terminaba allí. Me sobraba el resto; con la \"Rosé\" o sin ella. Tanto más cuanto el miserable ese de Yayá se había deshecho de mí aquella tarde para trajinársela (o intentarlo) esa noche. Esto es, aprovechando la representación de que te hablé y la fanfarria que se armaría.
- ¡ El pequeño cabrón !, acertó a decir Jutta que ya estaba de nuevo \"presente\" también, tras la barra de su Gran Café.
Timoteo hizo un gesto con la mano como quitándole importancia al asunto y añadió : - ¡ Bah !, sin saberlo, aquel infeliz me había proporcionado una experiencia única. Por cierto, no presenté cargos contra él, cuando llegó el momento.

Volví a casa en el primer avión.

... continua en el cap final.

Información del artista

Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !


Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.


No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...

Ver más información de juan luis pastor fernández

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